Por Héctor O. Fajardo
Después de haber sufrido el embate de un sexenio misógino, donde jamás fueron escuchadas las mujeres ni atendidas las demandas de justicia de las violentadas en todas sus modalidades, de las victimas de feminicidio, de las madres buscadoras o de quienes tienen hijos con cáncer sin acceso a tratamientos o medicinas, más del cincuenta por ciento de la población sigue sin ser acogida por las políticas públicas de quien presumió que habían llegado al poder todas las mujeres de México.
Al igual que su predecesor, el gobierno populista de la presiente se niega a satisfacer las necesidades de sus congéneres e incluso a sus oídos sordos mantiene el esquema de convertir el Palacio Nacional en un castillo medieval al que solo le falta el foso con cocodrilos, no para detener una invasión enemiga extranjera, sino para evitar el acceso de las femeninas a la sede del máximo recinto del poder público de nuestro país.
La conmemoración mundial del día de la mujer, el 8 de marzo, que busca materializar “la reivindicación de los derechos de las mujeres, sensibilizar a la sociedad, potenciar la igualdad real de género y recordar que las violencias contra las féminas son la expresión más amarga de las sociedades machistas”, se toma en los regímenes de la 4T como una afrenta al poder político de quienes prometieron sacar de la postración a los pobres y empoderar a las mujeres. De tal suerte que una celebración internacional se ha reducido a defender un simbolismo -Palacio Nacional, ex Palacio Virreinal-, de un reducido número de ultras, quienes en otros tiempos también sirvieron a las estrategias extremistas de la oposición de izquierda bajo la bandera de las protestas universitarias o de partidos como el PRD, génesis de Morena. Pero esos radicalismos ahora son rechazados por la 4T y estigmatizan a las verdaderas luchadoras sociales o a los millones de trabajadoras, empleadas, maestras, estudiantes o madres solteras que tienen reclamos legítimos a un gobierno que le niega el acceso a la igualdad, la seguridad y la justicia.
Con argumentos pueriles, desde la administración pasada se ha justificado el convertir la sede del Poder Ejecutivo Federal y hechiza casa presidencial en fortaleza inexpugnable que aleje al pueblo de los gobernantes. A priori se califica a las mujeres todas de violentas, anárquicas y traidoras a la patria, por lo que habría que salvaguardar la investidura presidencial y la integridad del inquilino de Palacio Nacional. Curiosamente, no se da ese mismo trato al edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nacional que también está en el Zócalo y ha sido objeto de asaltos y agresiones por parte de las hordas morenistas y sus porros.
Ahora, el pretexto es que las “violentas” mujeres quieren quemar la puerta del otrora Palacio Virreinal como si fuera la Bastilla o la Alhóndiga de Granaditas. Tal vez tengan razón en creer que hay que blindar el Palacio donde se ocultan los gobernantes, porque la otrora Guardia Presidencial se ha visto rebasada ante los asedios extremistas como los protagonizados por los estudiantes de Ayotzinapa o los “maestros” de la CNTE. Pero ni cuando ultras lanzaron bombas molotov a los balcones del recinto un 1º. de Mayo, el gobierno priista se encapsuló.
El próximo 8M será la crónica de una marcha anunciada. Saldrán serenas, pero con dignidad, miles de mujeres a exigir igualdad, alto a la violencia, respeto a sus derechos, seguridad y justicia, más allá de la equidad de género que hoy solo se aplica para asignar cuotas de poder entre partidos políticos; al final, las ultras harán sus actos vandálicos contra comercios y monumentos auspiciadas, protegidas y únicamente condenas simbólicamente por las autoridades que en otros tiempos las ahijaron.