Por Octavio Campos Ortiz
El despiadado delincuente disparó a sangre fría sobre dos mujeres cuando se subió a asaltar el transporte público, a una de ellas la bala le perforó un ojo. Sorprendió a conductor de un automóvil, le quitó cartera, reloj y celular; el hombre, inerme, recibió de su victimario varios disparos sentado frene al volante. Seguido desde una casa de cambio en el aeropuerto, un hombre que llevaba consigo diez mil dólares fue arteramente asesinado cuando llegaba a su oficina, su cuerpo quedó tendido en la calle, la escena fue captada por la cámara de videovigilancia del domicilio.
Esos tres episodios narran el incremento de la violencia de los delincuentes. El exceso no sólo es consecuencia misma de la naturaleza criminal, es la reacción de los ladrones ante la respuesta social que ha buscado en los últimos tiempos la justicia por su propia mano.
Otros hechos violentos también han significado la estampa del hecho delictivo. En días pasados, la cámara interna de una combi grabó el momento en el que un delincuente asalta a los pasajeros y al pretender bajarse del transporte, los usuarios los retienen y golpean, él grita que nos les había, todavía quitado nada; luego de golpearlo, lo avientan desnudo a la calle. Un agente de investigación capitalino, pasajero de una combi, repele el asalto de dos delincuentes; herido, uno de los malandrines se desploma fuera del microbús y se arrastra hacia la acera, dispara pero no hiere al servidor público y éste lo remata.
Hace meses, otro agente de investigación atestiguó el asalto a un automovilista en Constituyentes, sorprende al delincuente, quién reciben un balazo en la espalda y se desploma, días después, en el hospital muere.
Pero no solo los policías han protagonizado las agresiones criminales en el transporte público y matado a los bandidos. También el ciudadano de la calle hace justicia de propia mano. No siempre el delito se ha comprobado ni demostrado que el señalado sea responsable del ilícito, pero, el linchamiento se ha convertido en un deporte nacional.
En redes sociales y medio electrónicos vimos el asesinato de un trabajador de una televisora por cable, resguardado en la comandancia de policía municipal en Tlacotepec, Puebla, por supuestamente pretender secuestrar a una niña; los pobladores sacaron violentamente al detenido dela instalación policíaca y lo lincharon. En Xochimilco, colonos retuvieron a dos sujetos porque supuestamente se robaron unas plantas, la agresión fue grabada por vecinos y la policía los rescató de la turba.
Escenas similares vemos todos los días en redes sociales, linchamientos que van desde los golpes y patadas en la cabeza hasta la incineración de supuestos violadores o secuestradores.
Ambas conductas, tanto la excesiva violencia criminal como la venganza social, son deleznables y no producen ni más seguridad ni procurar justicia. Al contrario, violentan el Estado de Derecho y hacen más vulnerables a los ciudadanos.
La propia Secretaria de Seguridad Ciudadana de la CDMX hizo un llamado a los chilangos para no enfrentar a los delincuentes en el transporte público y confiar más en la policía capitalina. Tienen razón, no fomentemos esos héroes anónimos que ni frustran el asalto y sólo se convierten en una estadística más de las muertes violentas. La SSC-CDMX, ha informado que el programa pasajero seguro tiene una eficiencia del 80 por ciento y han detenido en un semestre a cuatrocientos delincuentes.
Ahora más que nunca debemos rescatar los valores sociales que apuntalen el verdadero sentido de justicia, de legalidad y de convivencia pacífica; alejémonos de los sentimientos de venganza social. No puede desaparecer el delito, porque es un comportamiento consustancial a la naturaleza humana, pero los ciudadanos si podemos evitar el terreno de las conductas antisociales y su retorcida mentalidad.