Octavio Campos Ortiz
Es preocupante la instrucción que dieron las autoridades educativas a los maestros de todas las escuelas públicas y privadas de primaria y secundaria en el país para que no reprueben a ningún alumno. La peor calificación que pueden otorgar los docentes de todos los grados y todas las materias, es seis. Los alumnos acreditarán el ciclo escolar, mínimo, de panzazo. Pasarán raspando. Decía un cínico compañero de mi escuela secundaria: “Más de seis es vanidad”. Hoy esa máxima la hace realidad el gobierno de la 4T.
Cierto que el actual proyecto político de gobierno no busca la educación de calidad, tampoco el apoyo a la ciencia o la tecnología, mucho menos impulsar la investigación o buscar la excelencia académica de los profesores. Su estrategia aspira a la masificación de una instrucción mediocre, uniformidad en los escolapios, nadie debe destacar ni jugar el rol de líder. Es suficiente con formar cuadros más o menos capacitados como mano de obra barata, si acaso técnicos de medio pelo que respondan a las necesidades del aparato productivo. Nada de actitudes “aspiracionistas”, mucho menos formar parte de la clase media informada y pensante. Se pretende administrar la pobreza, mantener a la gente con estándares mínimos de supervivencia. Estorba la educación, la formación de cuadros pensantes.
Por ello empezó una política revisionista (negacionismo histórico) en los planes de estudio, no solo de la Historia, sino de la ciencia misma. Se cambió el contenido de los libros de texto, donde se acentúa el maniqueísmo para descalificar el pasado y justificar la cuarta transformación como una nueva etapa histórica.
Al mismo tiempo que acabaron con los fideicomisos para apoyar la investigación, se atentó contra la autonomía, independencia y excelencia académica del CONACYT y el CIDE, para convertirlos en entes burocráticos. Se agrede injustamente y castiga financieramente, una y otra vez, a la UNAM, semillero de la izquierda mexicana, ahora estigmatizada como escuela conservadora y fifí.
Pero la embestida no solo es contra las universidades públicas, se busca destruir la educación pública desde la raíz. Por eso no más guarderías o estancias infantiles, ni primarias de tiempo completo, mucho menos programas de estudios avalados por especialistas, con un propósito de difusión científica y no con fines propagandísticos o ideológicos.
La masificación educativa es igual de perniciosa que el analfabetismo, porque la medianía del conocimiento equivale a formar analfabetas funcionales, carne de cañón para el subempleo, la economía informal, la mano de obra barata. Nada de alentar la ciencia, la tecnología, las artes plásticas, la música, el cine, el canto o la danza. Solo operaciones mecánicas. Ningún aliciente para la excelencia académica, el premio al mejor discípulo por aprovechamiento escolar. Da lo mismo sacar seis que diez. La uniformidad del conocimiento llegará hasta la educación superior, con profesionistas mediocres que no aportarán nada al conocimiento mundial. Adiós a las posibilidades de contar con más premios Nobel, más príncipes de Asturias, de directores galardonados con el Óscar.
Quien saldrá ganando será la educación privada, donde seguramente se formarán los cuadros del mañana. Lamentablemente solo podrán tener acceso a esa preparación las familias con posibilidades económicas. La gran ironía es que el gobierno que iba a defender a los pobres pone el cimiento para la nueva plutocracia. Primero los ricos. La 4T le dio la razón a mi antiguo compañero de clases: “Más de seis es vanidad”.