Por Octavio Campos Ortiz
El siglo XXI trajo una revolución generacional que rompió con los paradigmas de quienes nacimos en la segunda mitad de la pasada centuria. La equidad de género, la reivindicación de los derechos de la comunidad LGBTTTIQ, la protección de la infancia, a la que se le dan más prerrogativas sin ser ciudadanos, nuevos marcos legales para proteger a las minorías sociales son el signo de nuestros tiempos.
Incluso el lenguaje se ha diversificado para supuestamente atender la representatividad de esos grupos, en detrimento del lenguaje mismo. La propia Real Academia de la Lengua Española rechaza muchos de los términos y palabras que pretenden dar equidad a los sexos. Innecesario es el las y los, aberración decir o escribir presidenta o jueza. Molesta el origen machista de nuestra lengua, pero en aras de la mal llamada equidad de género, se atenta contra la lengua de Cervantes.
Las generaciones posteriores a la guerra y hasta finales del siglo XX que son los baby boomer, la generación X, y la Y o milenians compartimos padrones de conducta y valores morales y sociales comunes. De la posguerra a las incipientes tecnologías digitales crecimos en un entorno familiar unido y afectivo, con formación académica rígida, mayor convivencia social, medios de comunicación tradicionales que básicamente informaban, entretenían y difundían cultura.
Crecimos con las historietas, los cuentos y las caricaturas o las series infantiles de televisión, se jugaba con los vecinos y la convivencia era permanente.
Pero llegaron los nativos digitales o generación Z y todo cambió. Los adultos perdieron el control y se resquebrajaron los valores sociales, se empoderaron del mundo los nacidos en el tercer milenio.
Ante esa amenaza, los adultos, lejos de reaccionar y fomentar la inserción social, dieron palos de ciego. Y pareciera que quisieran borrar su propio pasado; con el pretexto de hacer más saludable a una sociedad obesa se promulgó una ley de etiquetado nutrimental (?) que prohíbe el uso de personajes infantiles en empaques de alimentos con exceso de grasa, azúcares y calorías, pero no se acabó la cultura de la memela, los tacos, las tortas, las tostadas, las fritangas, pero si las frituras. Somos una sociedad con pésimos hábitos alimenticios, más allá del gansito o las papas fritas.
Para no hacer que peligren los nativos digitales se condenó al destierro al Tigre Toño, al Tucán Sam, a Melvin, a Chester Cheetos, a las frutas Kamikaze, al Pato Pascual, al Osito Bimbo, al Gansito Marinela y a Carlos V.
Con esa sobre proteccionismo de la generación Z, se enviaron al baúl de los recuerdos las películas con las que crecimos como Dumbo, Peter Pan, La Dama y el Vagabundo, Los Aristogatos o personajes como Pepe Le Pew o Speedy González. Los pretextos son tan infantiles como las cintas: racismo, estereotipo de personajes, representación denigrante de comunidades indígenas o asiáticas, incitación a la violación y al acoso sexual.
Somos una sociedad hipócrita que tememos nuestro exterminio y por eso arropamos a la generación que nos borrará. Los niños y jóvenes de hoy no van a ser más sanos ni delgados si ya no aparece el Tigre Toño o el Osito Bimbo en los empaques, seguirán consumiendo esos productos porque nosotros mismos se los proveemos, y la obesidad también la fomentan las fritangas que forman parte de la dieta diaria del mexicano.
Por otra parte, solo en la mente retorcida de los que supuestamente fomentan una cultura sin violencia y libre de discriminación, se puede culpar a Disney o Warner Bros de racistas o incitadores a la violencia, cuando permitimos que el mundo digital de los videojuegos esté al alcance de niños y jóvenes con games como Grand Theft Auto, donde se hace apología de los antihéroes, hay personajes negros que matan a diestra y siniestra, se recrea la prostitución y el jugador disfruta de la violencia. O qué decir de caricaturas como South Park, Padre de Familia -qué título-, Los Simpson o La Casa de los Dibujos.
Los baby boomers estamos en extinción, pero creo que podemos dejar una sociedad más sana para las futuras generaciones. No escondiendo a personajes emblemáticos de los productos chatarra, sino enseñando a comer sano a niños y jóvenes, regulando el uso de los videojuegos y alentando más la convivencia familiar, Dejemos como legado que nuestra generación supo recuperar los valores de una sociedad sana y armónica, más allá de las nuevas tecnologías.