Por Fernando Facta
¿Usted, amigo lector, es respetuoso del reglamento de tránsito de esta ciudad o de las localidades por las que viaja? ¿Y también respeta a los policías uniformados que tienen en sus manos esas reglas y además las tareas de seguridad pública aquí y en todo el país?
Ojalá así sea, lo digo porque la esencia de la convivencia social está en el respeto a esas reglas y también a quienes portan el uniforme.
Sin embargo, en un ejercicio de honestidad podríamos decir que la generalidad de la población no respeta ni a uno mi a otro. Al primero porque le endilgan injusticias como “chale, por qué no podemos ir a más velocidad si aquí se puede”, “nomás se lo aplican a mí y no a los demás”, “es un pinche abuso contra los que manejamos en esta ciudad”, entre otras excusas que dejan en letra muerta ese y otros ordenamientos.
A los policías porque su calidad humana y las condiciones laborales lo hacen frágil para caer en la tentación de la corrupción. Hombre o mujer con necesidades familiares lo hacen doblar por pocos o muchos pesos. Y al final de todo quedó el respeto al uniforme, ese que los viste de autoridad, el primer ejemplo que todos tenemos de lo que debiera ser el cumplimiento de la ley.
Se la cuento de otra forma.
Cierto día, un motociclista de aquel agrupamiento Potros, de la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México, detuvo al conductor de una motocicleta que conducía a alta velocidad. En la cintura de éste se asomaba una pistola.
Tras detenerlo le pidió licencia de conducir y los documentos del vehículo, a lo que el conductor se negó de forma prepotente porque era “de la Judicial”.
Sin mucho aspaviento, el policía le recordó que era su obligación portar esos documentos, más tratándose de un servidor público. Molesto, el “Judicial” llamó por rado a sus compañeros para que lo apoyaran.
Con sus pares llegó también “el comandante” de la Policía Judicial capitalina, quién saludó al uniformado y pidió conocer del problema.
Así conoció le prepotencia de su elemento y le ordenó respetar al Potro, porque los policías uniformados son los primeros en recibir los ataques de los delincuentes cuando los ven con uniforme, y porque se trata de un compañero policía. “Por favor, compañero, le pido una atención para mi “muchacho”. Esto no volverá a ocurrir”, dijo con avergonzado.
El respeto de ese comandante al uniformado fue manifiesto y no solo eso, sino pidió además a su “muchacho” ofrecer una disculpa obligada.
Hecho esto y zanjado el problema, el uniformado pidió algo muy sencillo. “Comandante, gracias por las disculpas, pero quiero pedirle un favor. Dele oportunidad a su elemento que se dé “un cerrón conmigo” pa ver si de verdad es muy chingón. Cuando lo detuve dijo que me iba a romper la madre. Dele chance”, detalló mientras desabrochaba su chaqueta para no ensuciarla.
Sin ocultar su sorpresa, el comandante reiteró su disculpa y reprendió a su subalterno. “¿Sabe qué? Cuando la “rata” anda suelta, al primero que le tiran es al uniformado, apréndase eso. El uniforme se respeta”.
Para quienes circulamos por las calles de la ciudad, cuántos comandantes necesitamos para que nos enseñen a respetar al uniformado, al reglamento, a la policía, porque en el fondo, la solución está en nuestras manos.