Armando Ochoa González
Dejemos de lado por un momento el terrible y descorazonador desempeño que lleva el gobierno (como si no lo hiciera el mismo presidente, todas las mañanas, en sus mañaneras) y concentrémonos en problemas de fondo, en un detalle al que quizás no se le haya dado la suficiente importancia, y es más estructural que las propias instituciones que demarcan las reglas de la gobernancia, sí, querido lector, de pasada le digo que son las instituciones las que permiten el gobierno, es el derecho la libertad, es la ley la forma que adopta la voluntad.
Vayamos a una curiosidad que, estoy seguro, salvo que usted sea un académico o alguien que se encargue de hacer una continua revisión de la política, no ha visto: el Plan de Desarrollo Nacional, un documento que se estructura para hacer un hilo de conducción entre la visión del gobierno en todo el sexenio, con los pasos para seguirlo; bueno, le tengo una sorpresa, en este caso particular existe uno de este periodo presidencial, y es un documento que tiene de portada las quimeras de la Nación, mentiras desde ya, de una visión nacionalista, puramente sentimentalista, en un tono sepia o beige, y al que yo no me atrevería a llamarlo Plan, porque no tiene pasos ni una metodología, ni es para el Desarrollo, porque no contempla ningún tipo de crecimiento esperable, y en el que no está incluida la Nación, sólo los que AMLO señala como “pueblo”. Le invito a leerlo, si soporta lo soporífero de su contenido.
Entre sus párrafos, encontramos lo siguiente:
“Durante décadas, la élite neoliberal se empeñó en reducir el Estado a un aparato administrativo al servicio de las grandes corporaciones y un instrumento coercitivo en contra de las mayorías. Su idea de que las instituciones públicas debían renunciar a su papel como rectoras e impulsoras del desarrollo, la justicia y el bienestar, y que bastaba “la mano invisible del mercado” para corregir distorsiones, desequilibrios, injusticias y aberraciones, fue una costosa insensatez. El Estado recuperará su fortaleza como garante de la soberanía, la estabilidad y el estado de derecho, como árbitro de los conflictos, como generador de políticas públicas coherentes y como articulador de los propósitos nacionales” (Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024, págs. 11-12)
No existe ni un solo economista serio que haya acabado la carrera y que, por ende, sepa sumar dos números de al menos tres cifras usando papel y lápiz (con goma, si quiere, por si se equivoca) correctamente, capaz de defender semejante insensatez, el estado es, justa y totalmente, no un aparato administrativo, sino puramente burocrático y se debe limitar a meter lo menos posible la mano tanto en las mayorías como en las minorías. Hay cuanta bibliografía se quiera, empezando por el último libro de Deirdre McCloskey “El mito del estado emprendedor”, o
cualquier libro de Murray Rothbart, “el enemigo más grande del estado”, hasta insensateces de la talla de Keynes, vamos, lo que se sabe ya desde Los Países Bajos, al menos desde el siglo XVII es que es el empresario el único que realmente puede crear riqueza, EL ÚNICO, estamos hablando de un monismo absoluto en el que, sencillamente, nadie más puede competir, y no porque los empresarios tengan mucho poder y manden desaparecer políticos, reyes, papas o generales (tristemente), sino porque estructuralmente NO PUEDEN. Ya luego viene el estado a parasitarla como una lamprea para vivir de él. Lo contrario, el estado generando riqueza es Venezuela, Cuba, Argentina, Nicaragua, toda África, el México de la cuarta “transformación”.
Entonces, ¿Cómo puede ser posible que un “plan de desarrollo nacional” sea capaz de cometer semejante atropello? ¿Alguna idea?
Se le denominan sesgos a los errores de procesamiento de la información que actúan para dar respuestas rápidas, ensayadas y que no requieren razonamiento, pensar es costoso, requiere tiempo, entonces sirven los sesgos para pensar lo menos posible, y hay dos sesgos bastante interesantes que se llaman “de la mayoría” y “de confirmación”, los defino: el de la mayoría abrevia el pensamiento personal, unívoco, personal con el de una masa de personas, es un sesgo que permite alinear y alienar el propio pensamiento con ideas populares de la masa, para encajar, para ahorrar discusiones, porque es más fácil pertenecer a un grupo si no hay ideas dispares en los integrantes.
El de confirmación resulta tanto más importante, si el anterior sencillamente es la manifestación de la opinión disfrazada de vulgo, el sesgo de confirmación es descartar ideas, información, evidencia que refuta nuestro punto de vista, y seleccionar exclusivamente, como cierta, cualquier traza de información, por nimia que sea,
¿En qué país semejante barbaridad ya superada por el mundo puede tomarse como un Plan de Desarrollo Nacional? En un país en donde el vulgo opine por los pobladores, deseosos de pertenecer a alguna mayoría que les de certezas inexistentes, con ideas de que un salvador los llevará a un México soñado. Un país en donde, primero que nada, quieran informarse para confirmar que uno son todos, los ricos son aquellos, y son malos, y en donde sólo basta prender la tele, como una especie de biblia, para saber todo lo que hay que saber, que así como en las Sagradas Escrituras los planetas giraban alrededor de la Tierra, México gira alrededor de AMLO. Y este es el problema más grave, no tenemos la madurez mental para saber cuándo nos están engañando.