Estrella de la Rosa
Agradecida estoy por la invitación para escribir en este espacio breve. Escribir por el placer de hacerlo, sin línea o guía que me obligue a exponer temas específicos. Lo que me hace más agradecer la invitación, por lo que el nombre de esta Columna es una manera de expresar lo que me permito decir, aquello que tenemos escondido, no por vergüenza, sino por que en los limitados tiempos en los que discurrimos por esta vida, olvidamos o arrinconamos y pasará mucho tiempo no para expresarlo, sino para acordarnos.
Los temas serán variados y saltaré de uno a otro, libros, viajes, anécdotas, crónicas, museos, artistas, pintores, teatro, cine, temas de actualidad, con la intención de crear un espacio que me permita unirme a ustedes, señor, señora, joven, no tan joven, la oportunidad de que cada uno de ustedes también reflexionen, se acuerden, comenten o hasta un tema para platicar, no para discutir, deliberar, condenar, sino para hacer de nuestra vida, ya bastante llena de problemas, en un momento en el que leyendo esto, pases un momento agradable y un tema para pensar o compartir.
Dicho lo anterior, muchos temas resuenan en mi cabeza y elegí Mi Ciudad, esta gran orbe que he disfrutado, de lo otro, de lo sufrido lo omito, tengo toda una vida no para escribirlo, sino para vivirlo, pero hace algunos días caminaba justo sobre la plancha del Zócalo, más bien sobre La Plaza de la Constitución, por un momento me detuve a unos metros del asta bandera, volteé a todos lados para disfrutar de la vista, La Catedral, El Ayuntamiento, Palacio Nacional, los Portales, reflexioné que me encontraba sobre el lugar más emblemático de mi país, estaba limpio, mucha gente caminaba, otros se guarecían del espléndido sol del mediodía en fila, por la sombra que hace el asta, niños corrían y gritaban.
Puedo encontrar mil argumentos para quejarme de lo que ocurre, pero he pensado que esta Ciudad es un milagro cotidiano, pocos lo piensan así porque es más fácil quejarse de todo, pero reconocer que disfrutamos del baño diario, del señor de la limpieza que pasa por mi calle y le doy mi bolsa de basura, que llegando al Metro ya la hice, que por una cuota mínima puedo ir de un lado a otro de la Ciudad en poco tiempo, que también lo puedo hacer con mi carrito, que hay lámparas que alumbran mi calle, vigilancia que si transita y cuida por donde vivo, que me visitan una parvada de loros, hermosas aves que pasan por mi ventana a todo escándalo.
Por ello, les llamo mis vecinos, mucho ruido hacen, pero como decía mi maestro Jaubert hace tiempo fallecido, tal vez la mala vecina sea yo, para disfrutar de esos animalitos.
He tratado de caminar por el Centro de la Ciudad y admirar la belleza de los edificios, no sólo de Bellas Artes o del MUNAL, sino de edificios, aunque viejos, guardan la belleza por sobre el tiempo. Reconocer que nuestra Ciudad palpita la gente, es una forma de darnos las facilidades para hacer de nuestra vida llevadera, no puro sufrir por sufrir, permitirme abrir los ojos al esfuerzo de miles de mexicanos que hacen lo mejor para llevarnos agua, electricidad, alimentos, transporte con todo y cumbias ruidosas a las 8 a. m., que se levantan tempranito para servir a su familia, a la Ciudad, a su patria, tal vez sea más fácil quejarnos y hacer de esto el deporte nacional, que el que debiese ser, nos dejó con nuestras expectativas por los suelos en Qatar.
En este momento recuerdo a Martin Luther King y a Colosio con los que compartimos un sueño, que nosotros somos partícipes de la construcción de ellos a través de nuestros actos, los mínimos, evitar tirar el chicle, la colilla, la servilleta, otros menos conscientes tiran su bolsa de basura y se atreven a culpar a todos porque cuando llueve se hacen lagos.
Alcanzar nuestros sueños debiese ser el deporte nacional, pero luego platicaremos y reflexionaremos acerca del por qué en otras partes del planeta las ciudades son ensoñadoras, pero no por virtud ciudadana. Saludos