Octavio Campos Ortiz
El cierre del 2021 no es el esperado. México ha tenido un decrecimiento desde 2019, agravado el año pasado por la pandemia; se vaticinaba para el tercer trimestre de este ejercicio una notable mejoría que pronosticaba para el 2022 el despegue de la economía y la recuperación del -8 por ciento que se perdió por el coronavirus. No se crecería, pero al menos se igualarían los niveles del 2018.
Sin embargo, la recuperación económica no se ha dado, es lenta la reactivación de las empresas y por ello se mantiene el desempleo. Los pronósticos más optimistas suponían una inflación controlada, pero sucedió lo contrario, factores internos y externos han llevado el índice nacional de precios al consumidor a un 6.8 por ciento, el más alto desde hace varios años.
La presión inflacionaria llevó a las autoridades del Banco de México a incrementar en un cuarto de punto la tasa de interés para colocarla en 5 por ciento; eso encarece el financiamiento. Las empresas tienen que pagar más por los préstamos bancarios, el consumidor promedio deberá más en sus tarjetas de crédito, aumentarán los réditos de los adeudos hipotecarios y la industria de la construcción verá encarecida la inyección de capital de las financieras, además del incrementó en la canasta básica y el aumento generalizado de precios.
Los investigadores de mercados ven el primer trimestre del 2022 con grandes problemas para la reactivación de la economía y esperan suba aún más la inflación. Hay que recordar que en los Estados Unidos manejan en estos momentos una inflación del 6.2 por ciento -el nivel más alto desde hace 31 años-, y que, por nuestra dependencia comercial con ellos, como reza el viejo adagio, cuando los americanos estornudan a nosotros nos da pulmonía.
Los problemas estructurales para el país ya se recientes, informes del INEGI señalan que somos una nación predominantemente de estrato bajo, es decir, de pobres. Las cifras del organismo nos hablan de que la población nacional que vive en la pobreza pasó de 69.2 millones a 78.5 millones de mexicanos. La clase media bajó de 53.5 millones en 2018 a 47.2 millones en 2020, es decir, 6.8 millones descendieron a niveles de pobreza.
La movilidad social en México opera a la inversa y lejos de que la educación, la capacitación, la profesionalización sean indicadores de bienestar y crecimiento, se produce un retroceso ante la falta de empleos bien remunerados. Además, la inflación encarece la canasta básica y las familias adquieren menos productos con sus ingresos.
Los “aspiracionistas” clasemedieros son una especie en peligro de extinción e inexorablemente engrosan las filas de quienes viven entre la pobreza y la pobreza extrema.
Lamentablemente el presupuesto de egresos del año entrante no visibiliza el fortalecimiento del aparato productivo, no alienta la obra pública ni convoca a la inversión privada, lo que significa menos empleo. Por otra parte, la mayor asignación de recursos a los programas asistencialistas hace suponer que habrá más pobres en este país, subsidios que independientemente del uso electoral que se hace de ellos, no resuelven el problema de la pobreza.
Las pensiones a los adultos mayores, las becas a estudiantes y las ayudas a madres solteras solo garantizan un mínimo de bienestar, pero no sacan a nadie de la miseria, son meros paliativos. Lo prioritario es crear políticas públicas que permitan la generación de empleos, apoyen a los emprendedores, inserten a los nuevos profesionistas al aparato productivo -no de manera temporal-, sino como empleados formales, se incentive la educación de calidad y la capacitación de mano de obra calificada.
Otro camino nos llevará a mantenernos como una fábrica de pobres.