Octavio Campos Ortiz
Preocupado más por la visita del expresidente y líder social brasileño Lula Da Silva, el gobierno mexicano ha desatendido el conflicto bélico Rusia-Ucrania y las consecuencias para la economía nacional. Recibido con alfombra roja y caravana por el canciller, el otrora perseguido por la justicia de su país, fue invitado de lujo en el Senado de la República, donde pronunció, hasta las lágrimas, un sentido discurso que ponderó la imagen presidencial y tiró línea a los legisladores morenistas de qué deben hacer para mantener el control de las masas, de los pobres, con fórmulas como denles dinero, lo cual ya se aplica a través de los programas asistenciales de uso electorero.
La otra parte de la ecuación del éxito es: no se peleen con la prensa, déjenlos que griten, no los repriman, no los critiquen, aunque esta parte del mensaje parece no será escuchada.
Mientras tanto, el envío tardío de un avión militar para repatriar a algunos mexicanos que huyen de la guerra -que bien pudo llevar ayuda humanitaria a las víctimas inocentes o darle un aventón a los ucranianos que se quedaron varados en México por el estallido bélico-, apenas sale de Europa con un puñado de compatriotas. Después de la timorata condena que hizo el gobierno para no ofender a los rusos, nuestra delegación diplomática en las Naciones Unidas se sumó a la abrumadora mayoría de países que criticaron la invasión de los ex soviéticos a un territorio soberano. Pero con la solidaridad internacional no sobrevivirán los ucranianos, quienes como civiles han defendido, solo con sus manos, su territorio y no han capitulado. David y Goliat en su versión contemporánea.
Aquí, Lula nos recuerda lo suertudos que somos con nuestro mandatario, héroe que no nace todos los días y tenemos la fortuna de tenerlo entre nosotros. Anunció, asimismo, su intención de lanzarse como candidato -nuevamente-, a la presidencia de su país. Pero no perdió la oportunidad de criticar a la oligarquía mexicana y revitalizar el slogan de la 4T de primero los pobres, al sentenciar que esos pobres no son el problema sino la solución. Denles dinero, empleo y satisfactores y verán cómo se solucionan los problemas. El populismo rampante de Lula, quien libró la cárcel, a pesar de los escándalos de corrupción que cimbraron el suelo carioca, nos hizo perder por un instante no solo el sufrimiento de los civiles allá en el Este de Europa, sino las consecuencias para el país, el que, sin necesidad de una guerra, no puede reactivar su economía y entidades como el Banco de México reconsideran a la baja el crecimiento para este año, un magro 2.4 por ciento.
Torpemente, las autoridades festinan que el precio del petróleo rompió la barrera de los cien dólares y que ello mejorará nuestra perspectiva de desarrollo por los ingresos del hidrocarburo, pero olvidan que ya no somos un país exportador, sino importador de gasolina, la que ahora es mucho más cara y que no se refleja todavía en el precio al consumidor por los estímulos fiscales que aplica el gobierno, pero la liga ya se estiró demasiado y ahora habrá que aplicar el costo real al consumidor.
De tal suerte que mientras apapachamos a Lula, como en su momento lo hicimos con Evo, volteamos la mirada a otro lado para no ver una realidad que, aunque lejana, nos pega de manera directa y afecta la economía nacional. Tarde que temprano habrá que pronunciarse y fijar una posición, esperemos que sea la correcta y no de manera extemporánea.