Por Estrella de la Rosa
Tuve la oportunidad inigualable de asistir a la exposición Cartier, en un nuevo e impresionante museo que no conocía por allá en el todavía lejano planeta Polanco, que se ha convertido en una zona incluyente.
Hace unas semanas visité el Museo Soumaya, que contiene cosas muy interesantes y otras no tanto, eso me disgusta, pero en siguientes columnas les contaré de la Puerta del Infierno, La Piedad y el David y sus implicaciones personales.
El Museo Jumex, no lo olviden, presenta una Exposición en la que se muestran 160 piezas de joyería de la más alta calidad, los sangrones le llaman de Alta Gama, que en todo caso debería ser Alta Alfa.
Para empezar la entrada es gratuita. Les hice el favor de entrar pues no tenía la menor idea de lo que vería más adelante.
Todos muy amables, no sientes las vibras gachas como cuando entras a un Café Starbuck en donde se regodean con tu cara de ignorante, inculto y poco viajado, decía el ya fallecido Don Oaxaco.
Primero te forman y te meten a un elevador en el que cabes con todo y la Suburban.
Te obligan a conocer todo el espléndido edificio que se compone de tres galerías, te suben a la 3 y ahí te dejan, el recorrido es intuitivo y eso te permite desplazarte para ver lo que gustes, con la amable consigna de “Atrás de la raya, que estamos trabajando”.
Me referiré a la Galería 2 en donde se encuentra la Exposición Cartier. Voy a usar esta palabra: “Excelsa”. Honestamente sólo fui a ver los cocodrilos de La Doña.
En cada nicho alumbrado con luces estratégicamente puestas, mis bellos ojos se maravillaron de las joyas maravillosas que desde el principio te presentan. Kilos de oro amarillo, rosa, blanco, diamantes, rubíes, zafiros, madre perlas, lapislázuli, en joyas inspiradas no sólo en el Art Decó, sino en las culturas maya, azteca, hindú, egipcia, griega, china, japonesa, rusa.
Pero siempre creí que hacer una joya era producto de la vil inspiración.
¡NO! Nos muestran dibujos de las piezas, todo perfectamente diseñado. Hay una joya que me mató hecha en oro blanco, amarillo, diamantes, zafiros y rubíes, ya resolveré esto con Swarovsky: “El Ave liberada”, la voy a mandar hacer, porque me parece todo un símbolo de libertad y creatividad.
Dirán que soy ridícula, pero ahí vi piezas que les han sido muy copiadas y que hasta he comprado en la chacharés. Ton´s no. Cada nicho era una ventana maravillosa.
Luego aparece una colección de relojes Cartier y para no sentirme tan ajena a Cartier tuve un Tank con cabuchón azul y poder soñar con el Balloon.
Disfrutar de la historia magnífica cuando Louis Cartier se hace amigo del brasileño y piloto de aviones y de moda: Don Santos Dumont e inventan el reloj de pulsera para que el aviador pudiera ver la hora en las condiciones extremas a las que se sometía en un ataúd con alas.
Estoy hablando del Cartier Santos y el Santos 100, suspiro. No podía faltar el reloj inspirado en María Félix: “La Doña”, oro rosa, trapezoidal, con números romanos y la cadena tipo Cartier.
Otra vez suspiro. Ya me estaba desesperando de tantas maravillas cuando aparecen ¡LOS COCODRILOS! Desde niña los vi en revistas, jamás pensé que los vería en joya y a todo color.
Esa señora sí que sabía vivir, le agradezco que haya sido una chiflada, porque a nadie, en supuesta normalidad mental, se le ocurriría imaginarlos, mandar a hacerlos, ponérselos y yo soñar al verlos.
Gracias mi querida María, soy tu fana number one. No se los voy a describir, porque cualquier intento de descripción sería ridículo, impúdico, necio, impertinente y tonto. Lloré de ver tanta belleza y riqueza juntas: ¡20 millones de euros! ¡Te amo María, te amo Cartier! Vayan a verlos, por favor, no cometan la torpeza de no ir, no me hagan decirles algo estilo Tequila Jalisco, que bien merecido lo tendrían.
Salí de ahí porque mi corazón estaba en un proceso de taquicardia nerviosa.
No soporté más. Salí mal de ahí, cuasi desmayada.
Escuché una voz chilanga en la semioscuridad de un gran corredor, a lo lejos: -“La salida es por la derecha”- Más que me llevan a la Galería 1. ¡Ah caray!, todavía no me recuperaba.
Ahí no hay objetos de museo ninguno. Se les olvidó la exposición a estos güeyes.
Pero tiene unas vistas de fotografía preciosas que te hacen sentir en el pueblo donde debí haber nacido: New York. Esa es la bella exposición.
Estoy pensando seriamente mudarme a Polanco.
Me debí haber tomado un jugo Jumex como para estar a tono, pero mejor no olviden bebamos agüita.