Por Estrella de la Rosa
Hace algunos días en San Juan Teotihuacán, Estado de México, un par de niñas en su uniforme escolar, si, niñas menores de 15 años, en un video que grabó seguramente uno de sus compañer@s de escuela, la pelea entre ellas, una de ellas golpea con una piedra a la otra.
La jovencita golpeada, luego es llevada al hospital en donde fallece a causa de los golpes que la compañera oponente le propinó en la cabeza.
Se sabe por medios de comunicación, que la joven agresora intimidaba con frecuencia a la ya fallecida.
Caso obvio del llamado Bullying, acoso físico o psicológico al que someten, de forma continua a un alumno, sus compañeros, esta palabra en inglés significa intimidación.
La agresora, días después es detenida cuando huía hacia la frontera en compañía de su madre, es llevada al Centro Especializado de Atención Primaria de la región y vinculada a proceso por asesinato.
No deseo opinar, sino reflexionar y como ejemplo este caso.
Para que las cosas llegaran hasta ahí, quién o quiénes lo permitieron, al final las niñas son las víctimas ante la omisión de todos.
La familia qué hizo para que la joven agredida permitiera que su agresora la golpeara así.
Ambas, seguramente educadas en un entorno de violencia normalizada, tanto las mamás, los papás, los hermanos, los primos, los amigos, los compañeros de escuela, los abuelos, los vecinos, la escuela misma.
La falta de atención personal adulta, hacia sí mismo, normaliza la violencia, irresponsabilidad, falta de desarrollo de valores y empatía, no sólo no poder o no querer sustraerse a la violencia, incoherentes ante la normalización de conductas violentas en todos sentidos, se suman al odio y la intimidación, lo peor es que todo se adicionaron para que un par de niñas, en vez de soñarse para un futuro feliz, de ensueño propio de su edad, ahora una vive señalada, tan lo sabe que hace días atentó contra su vida, la otra inocente ya muerta.
Tuvo qué suceder una profunda tragedia a dos inocentes, para que todos los involucrados se den cuenta lo simple que pudo ser la solución.
Por otra parte, la escuela debe observar a cada uno de los alumnos, crear dentro de sí mecanismos de comunicación eficaces, entre dirección, supervisión, prefectura, docentes, alumnos, padres de familia, gobierno, comunidad, policía, entre otros, detectar inmediatamente problemas entre alumnos y evitarlo, no esperar a que todo suceda.
Siento decirlo, impera la falta de compromiso, responsabilidad de integrantes de la escuela y padres de familia, quienes en vez de ser apoyo para la escuela, se erigen como jueces de maestros, policías, gobierno, iglesia y cómplices de sus hijos, todo se lo justifican y se justifican, ya de paso, se exculpan, alguien tiene que ser bueno ¿No es así? He ahí las consecuencias de la omisión, complicidad silenciosa, el odio y la culpa hoy están recluidas o enterradas.
No hubiera sido más fácil darles amor a esas niñitas a través de la atención, escucharlas, guiarlas, apoyarlas en sus necesidades, con su tarea, acompañarlas a ver la tele y advertirles que toda esa violencia y la tonta idea de admirar personajes, que representan lo más bajo y abyecto de nuestra sociedad, bichos que no deben ser dignos de ningún tipo de admiración o ejemplo.
De toda esa gente que rodeó a estas niñas, al parecer nadie les ofreció mejores ideas, guía o apoyo, comunicación asertiva, prevención, resolución de problemas, liderazgo positivo, al contrario.
Sus compañeros de escuela, se convirtieron en la divertida porra oficial de las contendientes, ningún adulto pudo ser capaz de proteger a esos niños, hacerlos solidarios, no cómplices, de alzar la voz, no en contra de la escuela, sino de las tristes omisiones de la casa y las escolares, con crueles resultados y como siempre, la primera destituida fue la directora del plantel. “Es que no andamos buscando quién la hizo, sino a ver quién la paga”. ¿Cómo destituimos a los padres, a los amiguitos, a los abuelos, a los tíos, a los primos, a las autoridades, a los etcéteras, omisos y cómplices? No nos engañemos, la respuesta no está en hacer juicios, señalar, encarcelar o enterrar a inocentes, aventar la bolita y quedar como honrados, satisfechos y cumplidos ciudadanos, esto me resulta una brutalidad.
Cuestionarnos ahora lo que nos pasa, no hablo en plural, sino en singular, ¿qué me pasa a mí?
Bebamos mucha agua para que se nos pase la muina.