Por Estrella de la Rosa
Qué emocionante fue despertarnos, cansados, bañarnos y ya nos esperaba una Van grandota para irnos a la frontera con Guatemala. Estábamos cansados de manejar, íbamos a gastar casi lo mismo, descansaríamos y visitaríamos lo que habíamos planeado.
En algún lugar, en medio de la selva, hacia donde nos dirigíamos nos llevaron a desayunar, cafecito, huevo, frijoles parados, panecillos, tortillas del comal, buen ambiente turístico, una visita al baño y proseguimos hacia nuestro destino.
Después de tres o cuatro horas llegamos a Frontera Corozal, un pueblo en la mera frontera con Guatemala, un lugar tranquilo, caluroso, las calles se veían vacías, pero siempre es así, la gente no sale por el intenso calor y sol que pega de verdad, nos llevaron a un pequeño muelle en el Río Usumacinta donde había varias lanchas largas.
El río es muy tranquilo, amplio, esperábamos volver a ver cocodrilos, pero nos conformamos con ver varios tucanes hermosos, que se caracterizan por su gran pico, muchas garzas, garcetas y garcitas. Llegar a la Zona arqueológica de Yaxchilán es siempre una aventura, la lancha tarda dos horas para llegar a esa zona pues se viaja en contra de la corriente, el regreso es mucho más rápido.
Pero la belleza de la selva y la expectación siempre te mantiene del mejor ánimo. Yaxchilán se encuentra en la Selva Lacandona, en el Municipio de Ocosingo, contemporánea de Chichén Itzá y Bonampak, entre otras, del periodo postclásico, unos 600 años de nuestra era.
Lo que presentan estas zonas arqueológicas del país y en todo el mundo son las ciudades, donde generalmente se asentaban los poderes militares, religiosos y comerciales, a lo largo de ríos o sistemas acuosos, en este caso, los famosos cenotes, no confundir con los que se escriben con s.
Es necesario, desde mi punto de vista, hacer los recorridos acompañados de guías certificados, ya que hace años nos tocó uno que le echó la culpa a los extraterrestres de la construcción de las pirámides, -ah evidencia, ¡ah! – decía. Sentíamos que nos chamaqueaba.
La historia que cuentan las paredes de ahí es la unión de Chichén Itzá y Yaxchilán cuando se une la princesa Conejo Verde al príncipe Itzáe, para formar un gran imperio.
Es una zona espectacular que deben conocer. Después de que se me bajó la presión y empecé a ver blanco todo, no hay nada que una Coca bien fría no resuelva.
Además de la emoción del recorrido por la zona, en el lado guatemalteco controlaban un incendio, le llaman la Lacandonia, un montón de helicópteros tiraban agua sobre el fuego. Tres o cuatro horas después estábamos de vuelta a Corozal donde nos esperaba una espléndida comida en un restaurant al aire libre.
Nos sentaron a todos juntos y ya entrados en la plática en la que se combinaba el español, inglés masticado, francés más masticado, italiano y sueco y unas cervezas bien frías, empezamos a hacer plática con un tipo italiano al que luego apodamos como Indiana Jones, por intrépido, un matrimonio jalisciense, una sueca, una parisina y nosotros.
Después de la comida y conocernos nos llevaron a Bonampak donde me dediqué a llorar de la emoción, de ver nuevamente esos murales extraordinarios y lo que representan para mi desde niña, conocerlos fue una idea que tuve desde mi más temprana infancia, todo eso que veíamos en los libros sobre la cultura maya y lo que leí en muchas revistas, aunque me cuentearan con los famosos extraterrestres.
Nuevamente estar ahí con la familia vuelve a ser emocionante. Cómo no recordar a mi Tío Alberto que nos invitó a dar un paseo en avioneta en un paseo previo. Despegar desde la pista que se halla dentro de la Zona Arqueológica, ver la Selva Lacandona desde las alturas, grandes cuerpos de agua azules, la selva chimuela para cultivar a fuerza de desmontarla y al fin la Zona arqueológica de Bonampak y la gente que nos saludaba.
Nunca dejaré de amar a mi Tío Alberto. ¡Te amo Bonampak!
Después de la emocionante visita nos llevaron a descansar a una zona de campamento, puro ecoturismo, nos bañamos, descansamos un momento y nos llamaron a cenar.
Más que la cena, fue la compañía que compartimos y la plática que se extendió hasta la madrugada en diversos idiomas.
A las 8 am era el desayuno breve, llegó el guía, un lacandón ataviado, muy amable, nos llevaría para hacer una caminata por la selva y conocer lo que ellos llaman la Ciudad Perdida, conozco varias de esas en la Colonia Buenos Aires y la Doctores.
Se nos pegaron dos perrotes muy amables, la Vaca 1 y la Vaca 2, pensamos que el dueño era el guía, pero no, eran exploradores como nosotros.
Caminamos varios kilómetros por dentro de la selva, llegamos a unas construcciones mayas muy antiguas, nos explicaron que eran como torres de vigía, tomamos las fotos de rigor y de la C. P. nos llevaron a nadar a un río. Hablando de ríos, no olviden beber agua, mucha agua.
No sé qué comí que me produjo una intoxicación, ya estoy bien.
Toma mucha agua, mucha agua- me dijo el impertinente de mi doctor a las 3 de la mañana.