Las escobas de la pobreza
Por Nidia Sánchez
El sol se había instalado aquella mañana. El asfalto se sentía como brazas. Su piel curtida mostraba al menos 80 años de trabajo duro, yo creo que desde el vientre aprendió las tareas del campo.
La pobreza arreciaba y las milpas de ese año no fueron generosas como en otros tiempos. Los plantíos de maíz, chile y frijol esta vez no fueron favorecidos por Tláloc, registrándose una sequía, así que, varios días le llevó recolectar palma y hacer palos livianos para elaborar escobas.
La mañana bochornosa marcó 40 grados centígrados. Eran las ocho cuando en el portón de una de las calles principales del pueblo, aquel hombre se detuvo y gritó: “Buenos días, escobas de palma, escobas de palma”.
Anciano, descalzo, vecino seguramente de una comunidad aledaña, pantalón corto, descolorido, camisa transparente de tanto lavar, cabello de algodón, alborotado.
Sabiendo su oficio dijo a quien salió a su encuentro: “Están buenas, pruébelas, no pesan…”
Recibió una taza con café y un pan.
– ¡ Ay, señora, gracias!. .
“Son a 30 pesos, para usted a 25”.
Sería un abuso haber tomado la oferta, ya que su trabajo valía mucho más, aunado a todo lo que había caminado desde su choza.
Partió feliz, le quedaron dos más para vender. Si acaso vendía las tres, ¿90 pesos, cómo los administraría?.
La Pensión Universal para Personas Adultas Mayores a pesar de tener como beneficiarios a poco más de 8.2 millones de mexicanos, resulta todavía insuficiente para miles que van y vienen de las comunidades a la ciudad en una carrera vertiginosa hacia sobrevivencia.
La pobreza está y no hay forma de evitarla, desde antes de Ricardo Flores Magón y Emiliano Zapata en la aguerrida lucha campesina.
Y la pregunta es: ¿Cuál es el futuro si las sequías se presentan este año como parte del cambio climático?.