Octavio Campos Ortiz
Contraria al discurso oficial, la percepción del ciudadano es que vivimos en un país inseguro. En la reciente Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana del INEGI, el 65.8 por ciento de los mexicanos se sienten inseguros en su localidad; pero en el caso de las mujeres, la cifra se eleva al 70.3 por ciento.
Son de espanto los datos del ejercicio estadístico realizado por el Instituto. Es de no creer que en Fresnillo menos del cuatro por ciento de su población se sienta más o menos segura, es decir el 96.8 por ciento de sus habitantes tienen la percepción de que priva la inseguridad. Otras ciudades con rangos similares son: Cd, Obregón con 95 por ciento, Naucalpan con el 92 por ciento, Zacatecas -donde les apilaron diez cadáveres frente al Palacio de Gobierno-, con el 89.4 por ciento, Irapuato con el 89 por ciento y Uruapan con el 86 por ciento.
La Encuesta Nacional también revela que, en la cuarta parte de las casas en México, es decir, en el 25.2 por ciento de ellas, hubo al menos una víctima de robo o extorsión. Las ciudades o alcaldías con más hogares con al menos una víctima son Gustavo A. Madero con el 48.6 por ciento, Chimalhuacán con 42 por ciento, Tláhuac con el 41.7 por ciento, Irapuato con 40.3 por ciento y Venustiano Carranza con el 38.4 por ciento. Llama la atención que tres alcaldías de la CDMX concentren la mayor incidencia de estos ilícitos.
Las confiables cifras del INEGI son contrarias a la narrativa gubernamental que todos los días hace un esfuerzo propagandístico para convencer a los ciudadanos de que vamos bien. Pero, más allá de la percepción de inseguridad de la sociedad, están las cifras de los delitos de alto impacto. En tres años de gobierno se han registrado 110 mil homicidios dolosos y hay 95 mil personas desaparecidas. No cede la violencia provocada por el crimen organizado, se mantienen los asesinatos, las masacres, los descuartizados, las desapariciones forzadas, los atentados contra periodistas y defensores de derechos humanos, los feminicidios y los secuestros. Ese panorama real no puede crear más que una percepción negativa de la seguridad.
El ciudadano de la calle conoce de la violencia y la violencia política que provocan los grupos delincuenciales, pero también experimenta en carne propia la delincuencia común que es cada día más violenta, sufre del robo en el transporte público o como transeúnte, el asalto en su casa, la extorsión, el secuestro exprés; si es comerciante o en emprendedor con cualquier negocio, por pequeño que sea, se enfrenta al pago por derecho de piso.
Las mujeres, que son quienes más tienen la percepción de inseguridad, siete de cada diez, también son víctimas de delitos sexuales -ilícito que no han podido frenar-, y de la violencia intrafamiliar.
El manejo político de las estadísticas no refleja el clima de inseguridad que vive la ciudadanía. En la presentación de los datos, cruzan la información a su antojo, como más les conviene o favorece. Pero no convencen a la gente y el INEGI es, hasta ahora, el Pepe Grillo de las autoridades. Las estadísticas son la expresión científica de la realidad, la cual se puede manipular momentáneamente, pero su rigor técnico, se impone a corto plazo. Las estadísticas no mienten, engañan los políticos, pero como decía el gran cronista deportivo, “El Mago” Septién: “contra la base por bolas no hay defensa”.