Luis Ángel García
A diferencia de otras naciones donde los ciudadanos buscan mejorar su nivel de vida y exigen de sus gobiernos satisfagan sus necesidades de servicios y buen gobierno, en México la apatía, la indolencia, la mediocridad y el conformismo cobran carta de naturalidad porque no hacemos nada por rescatar al país del atraso, consentimos que ignorantes de la administración pública dirijan los destinos nacionales y enfrentemos los efectos de una mala economía, un pésimo servicio de salud, una educación deficiente y masificada, falta de apoyo a las áreas científicas, tecnológicas y deportivas, lo que impide destaquemos a nivel mundial en esos temas.
Estamos lejos de tener un sistema de salud como el de Dinamarca, pero acetamos que desde Palacio Nacional nos engañen y que en septiembre lo tendremos, aunque la realidad sea otra: los pacientes sufren el burocratismo de malos servidores públicos, la falta de medicamentos, de estudios clínicos, reprogramación de intervenciones quirúrgicas y saturación de consultas de primer nivel; sin embargo, aceptamos las declaraciones demagogas de que hay nuevas clínicas u hospitales y ponderan la mega farmacia que no surte medicamentos, pero hacen creer que tenemos un super sistema de salud. Nos hablan de estándares de bienestar y crecimiento de la economía porque toman en cuenta las remesas -vergüenza de todo gobierno-, pero no pudieron cumplir con la promesa de tener la gasolina a diez pesos cuando ronda los 26, ni frenar la inflación que incrementa la pobreza laboral; estamos tan acostumbrados a la informalidad que nada importa que oculten que el 60 por ciento de la economía se basa en el comercio informal, donde somos líderes, muy por encima de países como Myanmar, Irán, Nigeria, Colombia, Emiratos Árabes Unidos, Afganistán, Kenia y Sudáfrica. Pero vemos con normalidad el comprar mercancía pirata o clones e incluso laborar en establecimientos chinos o coreanos. Con ese porcentaje de informalidad difícilmente puede crecer la recaudación fiscal y por ende no se proporcionan servicios eficientes a la población, mucho menos si los impuestos se canalizan solo a los programas asistencialistas.
La falta de crecimiento económico lo niegan y se descalifica -cuando les conviene-, a los organismos internacionales que señalan el riesgo de una crisis económica y los pobres indicadores que se tendrán en este sexenio, crecimiento cero. Otra falacia que es aceptada por el pueblo bueno y sabio es que se acabó con la corrupción, cuando del pasado no hay un solo personaje en la cárcel y en este régimen se ha solapado la felonía y latrocinio de funcionarios actuales, familiares y amigos de la casa presidencial. Nos hemos acostumbrado a la imagen del pañuelito blanco agitado en señal de cero corrupciones. Nos engañamos porque participamos de esa práctica perversa de corromper a servidores públicos -incluidos los policías-, para incumplir nosotros mismos con la ley. Ante el agente de tránsito o el encargado de alguna ventanilla de dependencias oficiales que nos señala alguna infracción o nos informa que faltan requisitos, recurrimos al soborno bajo la premisa de “a mí tampoco me vengan conque la ley es la ley”. Somos un país de cínicos como predijo José López Portillo.
Tampoco protestamos por la ideologización de la educación de las futuras generaciones, relegados a una instrucción mediocre alejada de la excelencia académica y la educación de calidad. Aceptamos que, si tenemos posibilidades, mandar a nuestros hijos a escuelas particulares y que se frieguen los hijos de trabajadores y campesinos en las escuelas públicas. Ahí solo se prepara mano de obra barata y más o menos calificada para los procesos productivos. Del sistema educativo “humanista” no saldrán Premios Nobel, Cervantes, Príncipe de Asturias o Reina Sofía.
La idiosincrasia del mexicano no está hecha para la democracia ni las libertades, somos una sociedad conformista acostumbrada a recibir dádivas con el menor esfuerzo y vivir en la mediocridad. Regresamos a la imagen del indio dormido recostado en un cactus o la caricatura de Naranjo del mexicano bárbaro con el sombrero que dice: “Viva México cabrones” y la frase “ ¡dónde dice que me vale madres!”.