Armando Ochoa González
AMLO es el reflejo de un malestar que aqueja a México, una sombra que trae una y otra vez caudillos izquierdistas resentidos, acomplejados y limitados en su ética y raciocinio, y no hablo de la pobreza o la corrupción, estos dos siempre son consecuencia de algo más primario: estoy hablando de la falta de institucionalidad: entiendo esto como el conjunto de valores y normas de cada persona que le permite convivir con las instituciones, a falta de éstos, las instituciones son más bien estorbos, o adornos.
Doy un ejemplo: quizás haya escuchado la historia de un turista que habla sobre cómo en Europa o Estados Unidos se le pide a un empleado, quizás un taxista, hacer algo que aparentemente no es posible, por ejemplo, guardar en el maletero una cierta cantidad de peso, volumen o algo por el estilo, y el chofer se rinde nada más empezar, pidiendo que se pida un segundo taxi, o un automóvil más amplio, pero nosotros somos mexicanos, ¿Qué significa esto? Que ya vimos que haciéndole de cierta forma, puede entrar, porque “todo cabe en un jarrito bien acomodadito”, y en efecto, al llegar a territorio nacional, y enfrentarse a una situación similar, nos sentimos heroicos y orgullosos de que el mexicano “siempre encuentre la forma”, si el ejemplo no lo convence, amable lector, ponga atención a su día a día, verá cómo nuestro lenguaje se ha amoldado a una realidad por la que pasamos por alto, el español en México ha encontrado un cauce para expresar situaciones que parecían poco probables y que, con un poco de ingenio y malicia, son posibles, el lenguaje, como no puede ser de otra forma, es moldeado por la realidad, y este, a su vez, moldea nuestro ser.
Quizás el chofer extranjero se atiene a una normativa jurídica vigente en su nación que puede estar prohibiendo lo que nosotros estamos solicitando, y en caso de que el chofer lo indique, nosotros podríamos argumentar nuestro siempre confiable “¡No pasa nada!” ¡Qué extraño que México tenga esta poderosa locución! Y conozcamos a nuestro territorio como el país del “No pasa nada”.
Para los mexicanos, las instituciones no son más que actos políticos llenos de parafernalia, sin sentido, que servirán tarde o temprano para arrebatarle al pueblo más dinero, desviar recursos, pagar un favor político o para “taparle el ojo al macho”, y hemos interiorizado estas ideas de tal forma que se hacen burla de esto, y vemos sketches de la pareja de policías de tránsito que simple y llanamente portan su uniforme para llenarse los bolsillos de “Sor Juanas”. Y esto es letal para una cultura, por una sencilla razón, destruye nuestros vínculos con la ética y las leyes, y naturaliza esta idea bajo la narrativa que nos atrapa, y que es: “no hay nadie honesto”.
No entendemos, en nuestras clases de civismo de la primaria la importancia de una relación sana con nuestras instituciones, en los programas de “análisis” político protagonizados por los “intelectuales” de moda de Televisa y TV Azteca, no nos explican que la corrupción a los únicos que les beneficia es a los políticos, pero no porque se llenen los bolsillos, eso es siempre algo secundario, más importante es que es una forma de administración pública que se salta las leyes, se salta las instituciones que sostienen una cultura y adormece una cultura con el chiste, la anécdota y el cinismo de los medios. Y estamos acostumbrados, adormecidos, las normas, las leyes son simples estorbos, y sus representantes no son más que unos corruptos que han llegado allí por segundos intereses, el nivel de cinismo de esta perspectiva es alarmante, en el 2018 cambiamos las instituciones por los políticos, porque nos convencieron de que eran lo mismo, y estuvimos a punto de sufrir un colapso en México el pasado 06 de diciembre. ¿Cuántos más necesitamos para convencernos de que este no es el camino?