Hacia una candidatura ciudadana

Octavio Campos Ortiz

El desgaste del sistema de partidos en México hace obligatorio que emerja una candidatura ciudadana a la Presidencia de la República en el 2024. Una de las virtudes del sistema político mexicano, a pesar del presidencialismo omnipresente, omnipotente y omnímodo que padecemos, es que propicia la pluralidad y eso garantiza nuestra incipiente democracia. Sin embargo, la partidocracia se ha desgastado en las últimas décadas y el mercantilismo de los institutos políticos rémoras ha dejado sin ofertas ideológicas o de gobierno al electorado.

A pesar de que un partido de Estado gobernó por casi cien años, ese régimen propició una oposición sólida y de verdadera congruencia política, representante de diversas corrientes de pensamiento muy definidas. Había un Partido Comunista que, aun en la clandestinidad, encarnaba la verdadera izquierda, una derecha conservadora, pero que buscaba el bien común, con un centro moderadamente liberal. La Reforma Política diseñada por el ideólogo Jesús Reyes Heroles abrió las puertas del Poder Legislativo a la oposición, sacó al PCM de la clandestinidad, encausó a las izquierdas modernas y sentó las bases de la ciudadanización de las elecciones.

Salió la organización de los comicios del ámbito de competencia de la Secretaría de Gobernación -lo que auspiciaba los fraudes electorales-, y se creó el IFE, hoy INE, además de hacer una limpia de partidos políticos, muchos de los cuales perdieron el registro. Sin embargo, aún con la consolidación de un nuevo árbitro electoral, se mantienen las organizaciones rémora o satélite, lo que ha prostituido nuestro sistema de partido, cancelado las opciones políticas y debilitado la democracia. Los candidatos ya no representan ideologías sino intereses de grupos y los representantes populares lo que menos tienen es representatividad. La política dejó de ser el arte de gobernar y de la organización social para dar paso al mercantilismo y las opacas negociaciones entre grupúsculos.

Por eso sería muy conveniente que en los próximos sufragios hubiera una verdadera candidatura ciudadana, más allá de la partidocracia. Esa oportunidad está en la persona de Xóchitl Gálvez y así debieran entenderlos los aliancistas, quienes solo de dientes para afuera propusieron un ejercicio verdaderamente democrático de alentar un programa de gobierno común y consentir un perfil más civil del abanderado sin importar su filiación. Como sugiriera, pero que no hiciera, el entonces primer priista del país, Carlos Salinas de Gortari, primero el programa y luego el hombre.

Los aliancistas debieran aprovechar el fenómeno de comunicación que surgió con la xochitlmanía, la cual no solo opacó la narrativa oficial, sino que arrebató la agenda pública al inquilino de Palacio Nacional y posicionó nuevamente a una oposición que estaba desdibujada, aletargada y daba vigencia al dicho presidencial de que “estaba moralmente derrotada”.

Pero los partidos que integran el Frente parecen no aprender de las experiencias pasadas y echan por la borda la nueva oportunidad que les brinda el electorado al darles otra vez su confianza. La hidalguense -producto de la cultura del esfuerzo-, atrae a los jóvenes -segmento poblacional que tradicionalmente se aleja de partidos como el PRI-, a los “aspiracionistas” clasemedieros e incluso cuenta con la simpatía de muchos morenistas, desencantados por el incumplimiento de las promesas de campaña del mandatario federal y la desesperanza de no poder salir de la pobreza o la miseria; ese voto de castigo puede ser cooptado por la hidalguense.

Beatriz Paredes es una muy experimentada política y servidora pública, gran legisladora y diplomática, pero a sus problemas de movilidad se suma, y eso es lo importante, que se identifica con lo más reaccionario del priismo, además de haber perdido dos veces cuando compitió por la CDMX. Por eso es un desgaste innecesario que compita contra una opción ganadora. El sistema de partidos debe modernizarse, hoy es el momento de las candidaturas ciudadanas.