Por Octavio Campos Ortiz
El presidente de la República está obligado a respetar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos como lo juró hace dos años y guardar y hacer guardar las leyes que de ella emanan, so pena de que la nación se lo demande.
La resolución que emitió el INE -por nueve votos a favor y dos en contra-, para que el Ejecutivo se abstenga de hacer propaganda o mandar mensajes proselitistas a través de las mañaneras durante el desarrollo de los próximos comicios, no es un capricho de la máxima autoridad electoral, sino ordenamiento constitucional para garantizar el libre ejercicio democrático de los ciudadanos al emitir el sufragio y mantener un piso parejo para candidatos y partidos.
El acuerdo de veda electoral no es privativo en el primer mandatario, sino para todos los gobernadores y presidentes municipales, quienes tendrán que abstenerse de hacer propaganda partidista en mensajes o actos de gobierno. Eso ayuda al fortalecimiento de la verdadera democracia y aleja las viejas y nuevas prácticas de utilizar las acciones gubernamentales o los programas sociales como instrumentos clientelares para favorecer a algún grupo político; práctica que, por cierto, se criticaba en el PRI cuando se mantuvo en el poder por más de siete décadas y compraba la voluntad popular condicionando el apoyo a la agente a través de los programas asistenciales o de bienestar. Estrategia que, curiosamente, persiste ahora mediante diez programas de gobierno que distribuyen discrecionalmente 240 mil millones de pesos con las brigadas de los siervos de la nación entre ninis, viejitos y grupos afines a la 4T, además del uso electorero que se pretende hacer con la aplicación de las vacunas contra el coronavirus y que por falta de ellas , tal vez, no alcancen a inocular a toda la base electoral de Morena antes de los comicios del 6 de junio.
La medida arbitral de censura es pareja, por lo que no es entendible el enojo presidencial ni su defensa a ultranza de las mañaneras, salvo que quiera conservar, a propósito, ese espacio de adoctrinamiento y propaganda con el que cuenta desde hace dos años, porque sabe que esa estrategia de comunicación le ha permitido posicionar un proyecto político y de gobierno, además de ser una tribuna para descalificar a opositores, intelectuales y opinadores críticos que cuestionan sus políticas públicas o las ocurrencias de cada día.
El presidente sabe que las mañaneras son, por supuesto, un instrumento de comunicación muy eficiente que le permite mantener su popularidad y marcar la agenda nacional, aunque la terca realidad se la modifique en más de una ocasión. Su conferencia matutina es una forma de gobernar, sobre todo ahora que no han contrapesos al Poder Ejecutivo, ante la sumisión de los legisladores y de ministros o magistrados, con pender la espada de Damocles sobre organismos autónomos y la amenaza de acabar con el financiamiento públicos a unos partidos minimizados, pero alentando la creación de institutos satélites. En esa democracia sometida, casi gobierna por decreto.
Por eso son importantes las mañaneras, con ellas remacha su discurso evangelizador, refrenda su proyecto político y de gobierno, ayuda a su partido a mantener la mayoría en un Congreso a modo y tiene a raya a la oposición con descalificaciones sin sustento.
Pero es excesivo el enojo presidencial, distractor para descalificar al árbitro electoral, ya que sabe que el Tribunal Federal ha dejado de ser una instancia independiente y ahora solo es contrapeso del INE. Sin duda seguirán las mañaneras como ejercicio propagandístico y resaltará las bondades de sus programas clientelares para garantizar el voto a favor de su partido, a pesar de la advertencia de Elena Poniatovska de que es un error muy lamentable del presidente haber dividido al país e hizo un llamado para reconocer que las mañaneras son un exceso que produce ya hartazgo, irritación y cansancio.