Octavio Campos Ortiz
Hace once años falleció uno de los periodistas más prolijo del México reciente. Abogado y periodista por la UNAM, el hidalguense ocupó la subdirección editorial del Excelsior de Julio Scherer. Migró a las aventuras de Proceso y La Jornada, donde ocupó cargos directivos y comenzó su columna Plaza Pública, la cual publicó también en el desaparecido Cine Mundial y terminó de escribirla hasta el día de su muerte en el Reforma -su última colaboración, donde se despide de los lectores y reconoce su pasión por el periodismo-, se publicó coincidentemente cuando falleció.
Editó la revista Mira, fue maestro universitario y coordinador de la carrera de periodismo en la entonces ENEP Acatlán, hoy FES Acatlán de la UNAM; dio las cátedras de Géneros de Opinión (Artículo, Editorial y Columna) y Régimen Legal de los Medios de Comunicación en México.
Encabezó los destinos de Radio Educación.
Quiso incursionar en la política sin mucho éxito al ver frustrado su legítimo deseo de gobernar a sus paisanos. Analista concienzudo, respetuoso del lenguaje, tenía una excelente prosa, impecable redacción de sus columnas que seducían al lector, crítico contumaz de las esferas gubernamentales y defensor a ultranza del derecho a la información. Nadie defendió más las causas populares como el hidalguense; jamás dio voz a los poderosos, a los políticos corruptos o los criminales. La Plaza Pública era un ágora donde se discernían los grandes problemas nacionales. Con él se fue toda una época del periodismo crítico, contrapeso y auditor del poder político.
Las nuevas generaciones tienen hoy otros paradigmas y se ha diversificado la comunicación. Pero también enfrentan nuevos obstáculos, mayores peligros y nuevas amenazas de personajes que atentan no solo contra la libertad de expresión, sino contra la vida misma de los comunicadores y el ejercicio del periodismo. La violencia política que genera el crimen organizado no solo afecta a candidatos, a presidentes municipales, legisladores, magistrados, jueces y policías, también ha castigado a los periodistas y ha hecho que México sea de las naciones más peligrosas para practicar el periodismo.
Las agresiones a los comunicadores, lamentablemente, se han recrudecido y no solo con asesinatos, sino con persecuciones, amenazas, secuestros y las indicaciones de lo que deben escribir. En la frontera norte, muchos medios han dejado de publicar información de nota roja; es más, ya no tienen sección policiaca ni cubren eventos sobre narcotráfico o crimen organizado. Los propietarios y editores de los medios asumen la autocensura, lo que ha dado lugar a las zonas de silencio.
Lamentablemente, la función social de los medios se ha visto afectada por las acciones de la delincuencia organizada y creado condiciones de inestabilidad que afectan la gobernanza. Infinidad de medios digitales han cerrado por presiones o miedo a sufrir un atentado. Reporteros y opinadores se abstienen de comentar ciertos eventos o noticias para no despertar la ira de los mafiosos, El periodismo parece perder la batalla. Hacen falta más Granados Chapa.
Para su conocimiento: Una de las grandes revelaciones como servidora pública ha resultado la alcaldesa en Álvaro Obregón, al poniente de la CDMX. La demarcación tenía varios trienios en poder del PRD y hasta hace un año en poder de la impresentable Layda Sansores. Contra la 4T y las ex huestes del Sol Azteca, se impuso la aliancista Lía Limón, quien tomó los bártulos del gobierno y, lejos de politiquerías, ha recuperado la gobernabilidad y atacado los conflictos sociales con habilidad para un nuevo pacto social. La alcaldía es de contrastes, así como hay zonas de mucha plusvalía y con enorme poder adquisitivo, hay zonas marginadas con gente muy trabajadora; pero comparten la misma problemática, como es la falta de vías de comunicación, la saturación en las calles y pocas avenidas, donde se ha perdido la vialidad y se ha inundado de comercio informal en aceras y banquetas. Lía ha recuperado, con valentía, las vialidades, se ha hecho más fluido el tránsito, se respetan los lugares de estacionamiento y ha recuperado los espacios de convivencia. La alcaldesa demuestra con ello, como lo hizo en Vasco de Quiroga, que las acciones de gobierno no requieren de dinero, sino de voluntad política.