Armando Ochoa González.
Hay un motivo por el que el crecimiento del salario mínimo y la duplicación de las vacaciones sin un decrecimiento de la inflación es tan aplaudido en México, y es un problema efectivamente institucional: la fatal ignorancia.
Decía Rousseau que el hombre es bueno por naturaleza, que es el la cultura y la sociedad quien lo corrompe; sin embargo, quien mejor plantea un escenario en donde el ser humano se enfrenta a una protosociedad sin la coacción de las instituciones es William Golding con su célebre “El señor de las moscas”, destacando el libro la ferocidad de un mundo sin la coacción de las instituciones, pareciéndose más a una especie de grupo con la ley del más fuerte y el más cruel.
Los remito a una parte del libro: viéndose desesperados por estar en una isla desierta sin adultos que los amparen, los niños sueñan con una especie de Edén, por aquí y allá planean cabañas y estructuras que les permitan que su vida sea más palaciega y mucho menos hostil, con el transcurso del tiempo, son incapaces de hacer la más mínima estructura que los proteja de la intemperie, y surge un orden espontáneo, en donde mandan los más grandes y fuertes, conformándose con la inmediatez de sus necesidades, celebrando la cacería de un jabalí, aun cuando la pequeña y endeble sociedad que han creado sigue deteriorándose hasta un punto cúspide: le adelanto, el libro termina en tragedia.
Similar a este proceso de inmediatez, de incapacidad de concretar objetivos a largo plazo, y de reino del más grande y fuerte, con el ejército y el narco cercando cada vez más la vida civil del ciudadano, México se encuentra sumido en un proceso de hundimiento, mucha gente llama a la inflación como “el impuesto más injusto”, y técnicamente, no es un impuesto, es mucho peor, es un robo, un robo al futuro, en términos muy prácticos y sencillos, se podría decir que es “pan para hoy, hambre para mañana”, porque justamente se crea devaluando el poder adquisitivo de todo un pueblo para financiar el gasto estatal, es decir, es una forma de transferir el poder del gasto de los ciudadanos al estado, golpeando no solamente los aparatos de crecimiento nacional, porque es cada vez más caro producir bienes de consumo y ofrecer servicios, también las cadenas de valor, que requieren trabajadores, infraestructura que debe ser mantenida, así como inversión en maquinaria, muchas veces pesada, la cual incrementa de costo, porque México es incapaz de producirla y el peso se devalúa con respecto a otras monedas en donde sí se produce (Euro, Libra, Dólar…), así como las instituciones que respaldan la estructura del país, creando tasas de interés más altas en bancos, desconfianza en los empresarios, pensando, de manera incomprensible que el incremento de los precios es culpa de ellos, por una avaricia sin fin que sólo quiere medrar al pueblo “bueno y sabio”, aunque pobre, “pero eso sí, muy honroso con su pobreza”.
A todo esto, sale un malabar espantoso y despiadado, los políticos ofrecen una solución macabra: incrementar el gasto público para atenuar la pobreza del pueblo, y el ciclo, lejos de repetirse y ya, se fortalece, porque nos volvemos como los adictos a las drogas, cada vez necesitamos mayores cuotas de gasto, financiadas por la inflación; y el pueblo, cual Nerón en Roma, tocará la lira en el enorme incendio de México, alabando la belleza de las llamas, en medio de los gritos de los desprotegidos. En definitiva, el incremento del salario mínimo y de las vacaciones, es una medida política y no económica que sólo dañará más al erario, porque no supone un incremento en la producción de bienes ni una mayor distribución y refinamiento de los servicios, habrá algún día que México pase página a esta larga noche en la que seguimos estando acomplejados por una conquista que nos formó, de unas tradiciones que se forman a través de la fusión de dos culturas, y crezca para intentar hacerse responsable de sí mismo, mientras, México será un país milenario, lleno de niños.