Octavio Campos Ortiz
El oprobioso episodio de Nuevo León puso en evidencia que a los gobiernos y a los partidos políticos no les importa respetar la voluntad popular y el sexenio de la 4T ha acorrientado el uso de las consultas populares para justificar su autoritarismo y burlarse de la opinión pública.
La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos establece mecanismos de democracia directa a través del plebiscito, el referéndum, la consulta popular o la revocación de mandato, pero es tal el descrédito de los órganos de gobierno que poco se recurre a ellos y cuando se hace es solo para manipular a la ciudadanía o inducir el criterio de la gente en favor de intereses de grupos de poder; más aún, en muchos casos ni siquiera es vinculante ese tipo de ejercicios, hoy caídos en el desuso, el abuso o la deformación.
¿Cuándo se ha respetado la voluntad popular? El partido de gobierno, durante casi noventa años, cometió diversos fraudes para mantenerse en el poder, aunque la presión social en favor de una apertura democrática lo obligó a ceder la silla presidencial y sobrevino la alternancia. Nadie duda que el ascenso a la Presidencia de la 4T fue un acto democrático donde se impuso la voluntad de 30 millones de mexicanos, aunque en realidad se legitimó el triunfo de Morena con poco más 25 por ciento del padrón electoral, lo que quiere decir que solo uno de cada cuatro ciudadanos optaron por la propuesta populista, y es que la gente se abstiene de ir a las urnas porque está decepcionada de la manipulación que se hace de la conciencia social y de las falsas promesas de campaña.
Esta administración se ha manejado con más autoritarismo y maquiavélicamente la voluntad popular y se ha llegado a extremos de caer en la autocracia. Una de las estrategias del populismo es prometer un mundo feliz, conscientes de que no hay elementos para lograrlo, es una utopía donde participan todos por efecto de la obnubilación colectiva.
Pero desde que llegó al poder, el inquilino de Palacio Nacional se encarnó en la figura tropicalizada de Mariana, mujer con gorro frígido que encarnó a la República Francesa, y se autonombró defensor del pueblo y de la democracia. Por ello empoderó la figura de la revocación de mandato -que perversamente utilizará el sexenio entrante para renunciar a su sucesor, sea de su partido o de la oposición, cuando sienta que se desvían de su proyecto político- y las hechizas y amañadas consultas populares para legitimar sus caprichos o venganzas políticas.
Buscó exhibir la corrupción de los expresidentes y alentar el linchamiento popular para incrementar su aceptación. Logrado el objetivo se olvidó del enjuiciamiento a los mandatarios neoliberales o priistas -curiosamente nunca hizo mención del causante de la crisis económica mexicana, Luis Echeverría, su mentor e ideólogo político-, y de ahí pa’l real. A la menor provocación recurre a las consultas como si fueran dulces; siempre se opuso a la multimillonaria inversión de una planta cervecera en Mexicali y con raquítico ejercicio demoscópico, donde no participaron ni sus seguidores, de un plumazo eliminó el proyecto que generaría miles de empleos. Asusta al INE o la Suprema Corte con consultas o elecciones directas para nombrar a sus integrantes, cuando en realidad quiere hacer designaciones a modo, tener el control de los organismos autónomos y desaparecer los contrapesos a su poder imperial.
Todo mundo sabe que la designación de candidatos de su instituto político no es a través de encuestas -método cuestionado por el propio Marcelo Ebrard-, sino que es una lista de leales a la 4T o en el mejor de los casos las tramposas tómbolas como método de elección, para luego suplirlos por Juanito o Juanitas. Se burlan de las decisiones del verdadero pueblo. A él que no le vengan con que el voto es el voto. Aquí, el Estado es él.