Octavio Campos Ortiz
En la religión católica estos días son de guardar, la Semana Mayor es para reflexionar, hacer una introspección y reconocer en qué estamos equivocados, cuáles han sido nuestras fallas no solo como entes cristianos, sino como seres humanos que deben convivir con el prójimo. La conmemoración de la pasión y muerte de Cristo es una buena ocasión para recordar los sentimientos o atributos que distinguieron al Mártir del Gólgota: la humildad, la solidaridad, el sacrificio, la aceptación del hermano como es, la caridad, la fe, el amor a los demás, la benevolencia, la bondad, la misericordia, lo justo, el consuelo, la fortaleza, la esperanza, la verdad, la paz y la libertad.
Pero esas cualidades no necesariamente son exclusivas de la divinidad, también deben ser principios que rigan la conducta moral y social del ciudadano común y corriente más allá del credo religioso que profese. Independientemente de la figura que venere, sea cristiano, musulmán, budista o hebreo, el pacto social necesita fincarse no solo en la estructura política del Estado, sino en la moral de un pueblo. Lamentablemente, el mundo sufre una crisis existencial que mantiene en vilo a la humanidad frente a la amenaza de la violencia fratricida, religiosa, étnica, política y terrorista que acaba con comunidades, familias enteras, territorios y fronteras. La ambición, los conflictos por tierras o recursos naturales, la extinción racial o la imposición religiosa dominan los problemas bélicos y mantienen como espada de Damocles la amenaza permanente de una guerra nuclear. Parece ausente la existencia de Dios, se olvidó el amor al prójimo, la comprensión, el respeto a los demás y el perdón; la soberbia y la ambición se han apoderado de los protagonistas de las confrontaciones; pero no todo está perdido, queda la imagen redentora de un niño ucraniano de no más de seis años de edad que reza e implora la intervención del Eterno para que acaben las hostilidades y vuelva la paz, al terminar sus oraciones abraza la base que sostiene al crucificado. Todavía hay esperanza.
México no es ajeno a esa pérdida de los valores cristianos, a esa lucha entre hermanos que nos tiene al borde de la ingobernabilidad, donde se ha perdido el orden y la tranquilidad social, donde entra en desuso el mensaje de amarse los unos a los otros, donde se niega el perdón, la bondad, la solidaridad. Los discursos de odio, la polarización social, el divisionismo y la exaltación de los antagonismos han provocado una escala de violencia, de muerte, de despojos, de desplazamientos, de reyertas religiosas, de problemas por la tenencia de las tierras, de conflagraciones étnicas o ambiciones políticas y no nos damos un respiro para reflexionar y regresar al perdón, a la búsqueda de la unidad nacional, al reconocimiento de los pensamientos distintos, al rechazo a las manifestaciones de odio, de confrontación entre mexicanos. Nuestra idiosincrasia está basada en un fuerte sentimiento católico que debemos recuperar, practicar sus bondades, porque siempre nos ha distinguido la humildad, la solidaridad, el amor a nuestros semejantes, la bondad, el respeto a la verdad, a lo justo. No dejemos que los mensajes de odio y polarizantes nos lleven a la destrucción o a la anarquía.
Hagamos votos porque esta Semana Santa, los mexicanos reencontremos el camino de la unidad, del perdón, del reencuentro entre hermanos y se extinga la violencia, las confrontaciones y la pobreza. Tengamos esa introspección, ese encuentro con nosotros mismos, para ser mejores seres humanos. El país y nuestras familias lo necesitan.