Octavio Campos Ortiz
Estamos a 20 meses de las elecciones presidenciales del 2024 y, como dirían los clásicos de los ejercicios demoscópicos, si hoy fueran las elecciones, cualquier precandidato de Morena ganaría. No es ninguna ciencia. La oposición está dividida y sus intereses de partido y personales hacen inviable una alianza. Pero, ninguna de las tres “corcholatas” tiene el perfil ganador. No son carismáticos, y salvo el canciller, los otros dos suspirantes tienen poca experiencia en el sector público o en la política. En todo caso, el senador Ricardo Monreal reúne más cualidades como abanderado. Pero poco importa eso, porque la decisión ya está tomada.
Morena es hijo putativo del PRI y heredó sus cualidades, pero también sus marrullerías. La estructura territorial y de bases que despreció el tricolor, lo remasterizó el partido guinda. La compra de voluntades, el acarreo de gente, las promesas de despensas, casas, trabajo, las becas y pensiones -subsidios a la pobreza-, la torta y el refresco más los doscientos pesos al final de los mítines a cambio del voto anhelado. Las peores prácticas del otrora partido aplanadora son las acciones diarias de los morenistas. Pero, por qué no funcionó el truco en las intermedias del 2021. La 4T perdió la mitad de la CDMX, retrocedió en el Congreso y perdió la mayoría calificada, tampoco logró el carro completo en los estados, donde de las seis gubernaturas en disputa, perdió dos.
Uno de los factores que influyó en la baja de simpatizantes fue el descontento que hay ante las falsas e incumplidas promesas de campaña: los grandes expectativas de crecimiento del seis por ciento, cuando hubo decrecimiento; la prometida boyante economía se contrajo y provocó la pérdida de millones de empleos, hoy hay cuatro millones de nuevos pobres; se acabaría con la delincuencia desde el primer minuto del nuevo gobierno, pero lejos de ello, el crimen organizado se empoderó, creció la violencia política y se vive una de las peores crisis de seguridad. Pero millones siguen en la ensoñación y creen en los mensajes mesiánicos de que la alegría ya viene, y así los mantendrán mientras funcione el argumento de que los neoliberales son los causantes de todas nuestras desgracias.
El efecto lopezobradorista es lo que mantiene a flote el proyecto político de la 4T. El presidente es un fenómeno de comunicación política que le ha permitido mantener una popularidad impresionante; tal vez no como la que marcan sus encuestas, las cuales hablan del 70 por ciento, pero si ronda el 60 por ciento o poco menos. Sin embargo, la percepción del mexicano reprueba las acciones de gobierno.
La mayoría de los ciudadanos reconoce el fracaso de las estrategias de salud, de educación, económica, de empleo; los “clasemedieros”, los investigadores, los padres de los niños con cáncer, las familias de medio millón de compatriotas que murieron por la soberbia e ignorancia de las autoridades ante la pandemia, los desempleados, los burócratas relegados, los empresarios perseguidos, los periodistas críticos, los opinadores, entre otros sectores agobiados por la 4T han restado sufragios a Morena; cómo es posible que se mantenga como la primera fuerza política del país.
Más allá de las encuestas, de los errores de la oposición, del humor social que ya no favorece a los del partido guinda, está el marketing político del inquilino de Palacio Nacional y el efecto de administrar la pobreza; mientas haya dinero para pagar las pensiones a los viejitos y las “becas a los ninis”, se mantendrá la popularidad del mandatario y su partido, pero eso no garantiza que cualquiera de sus corcholatas logre el triunfo en el 2024. No descarte la continuidad del tabasqueño y aunque lo ha negado, recuerde que cuando era jefe de Gobierno, decía que lo dieran por muerto para las presidenciales. Y mire.