Luis Ángel García
Ya en el ocaso de su vida y de su carrera política, el senil diputado capitalino Jorge Gaviño no quiere soltarse de la ubre presupuestal y busca notoriedad a costa de lo que sea, ansioso de tener cinco minutos de fama mediática, por lo que tuvo la peregrina idea de interponer un amparo en contra de las corridas de toros, a pesar de que la Suprema Corte de Justicia de la Nación -Máximo Tribunal del país-, las autorizó después de casi dos años de una suspensión otorgada a falsos ambientalistas y supuestos defensores de los ahora mal llamados seres sintientes, vulgo animales, los cuales carecen de raciocinio, aunque a veces son más pensantes que muchos políticos y sedicientes ecologistas.
Ya olvidó Gaviño sus posturas contradictorias cuando se quiso legislar sobre el tema y que el diputado Jesús Sesma le recriminó su actitud rajona y lo retó a golpes, pero Gaviño cobardemente se echó a correr, no sin antes recibir unas patadas de su compañero de parlamento.
Su comportamiento cambiante lo ha demostrado a lo largo de su carrera, ha sido un chapulín de la política -dicho sea, con todo respeto para los verdaderos saltamontes o pequeñas langostas-, lo mismo ha sido “representante popular” del PRI, que del PRD, del PAN y hasta independiente, aunque a últimas fechas se declara partidario de la candidata presidencial morenista. También en la administración pública ha tenido huesos en sexenios tricolores, del Sol Azteca y blanquiazules, de todo ha agarrado.
Pero ahora que quiere quedar bien con el tlatoani de la 4T, se lanza al ruedo y como buen ambientalista pide la desaparición de la fiesta brava. Lástima de doctorado, porque olvida o ignora que al desaparecer la lidia condena a la extinción a esta raza de bureles, criados para ser toreados. Por qué no presenta una iniciativa para que todos los chilangos seamos veganos, así le ahorraría sufrimiento a las reses, a los cerdos y a los pollos que también, supongo, engulle sin el remordimiento de cómo se sacrifica al ganado, a los puercos o cómo engordan a los pollos en diminutas cajas para evitar su excesivo crecimiento y no puedan extender sus alas. No le caería nada mal al legislador no solo darse una vuelta por los ruedos, sino por los rastros.
Abyecto con los jefes en turno, pierde de vista la importancia económica de la tauromaquia, más allá de las ganancias de empresarios, toreros y ganaderos. Es una actividad que da empleo a miles de trabajadores, como los monosabios, las cuadrillas, los vendedores de bebidas, alimentos y golosinas, los artesanos que ofertan sus productos afuera de los colosos, meseros, taquilleros, acomodadores, los mismos jueces de plaza que son empleados administrativos de la alcaldía, los músicos, los dueños de pequeños restaurantes que contratan gente en cocina y en el servicio; las mismas autoridades capitalinas se ven beneficiadas no solo con el costo de permisos, sino con la contratación de policías para resguardar el orden tanto dentro del redondel como afuera -donde les toca lidiar con la peor parte al contener las agresiones de violentos vándalos o porros disfrazados de antitaurinos. Las corridas de toros reactivan la economía de la ciudad. Pero eso no le importa a Gaviño, él quiere ser visto por sus jefes para garantizar una nueva chamba, de lo que sea, aunque sea de legislador.
Ojalá hubiera mostrado la misma vehemencia para defender a los 26 seres humanos muertos en la tragedia de la maldita Línea 12 del Metro y exigido la cárcel para Marcelo Ebrard o Claudia Sheinbaum por negligencia criminal. No, el señor solo buscó exculparse, ya que también fue director del Sistema de Transporte Colectivo y únicamente se justificó para no ser salpicado. Vale más la vida humana que la de los toros.