¡Totalitarismo!

Armando Ochoa González

El poder es el antagonista principal y absoluto de la libertad y el principal aliado del Estado, el poder es la voluntad de primar sobre la voluntad de alguien más, ya sea por la violencia, la influencia o el dinero. El poder existe como miedo al otro, al diferente, al que está afuera, y es enemigo; y en términos absolutos, cualquiera puede ser el enemigo, porque cualquier otro está fuera de mi propia piel.

El poder es la ausencia de mediación, no se necesita un consenso, la articulación de ideas, incluso, no se necesita hablar para mandar, la pantomima es más que suficiente, el protocolo, la sumisión: el poder desea más poder, y el poder absoluto necesita a alguien que viva muchos años para perpetrarse ejerciéndolo. No hay nada más humano que el poder, imponerse sobre el resto, decidir en sus vidas, diferenciarse, tener la potestad de la vida de otros, como dirá Achille Mbembe en su elegante pero siniestro libro “Necropolítica” (el cual, recomiendo de sobremanera), el soberano tiene la facultad de decretar cómo se debe vivir, cuándo hay morir, y cuándo ser expuesto a la muerte, en esencia, el soberano tiene poder sobre la muerte, y el poder absoluto lo tiene sobre la muerte y la vida.

El político es el soberano, es amigo del poder, hijo del Estado y enemigo del pueblo, su carrera, su vida, todo su “trayecto” está destinado a hacerse con más poder, de la forma más legítima, y por ende, incuestionable, esta es una vil trampa que el pueblo es incapaz de entender, elegir a tal o a cuál de manera legítima vuelve incuestionable su voluntad, su sed, entonces, la incuestionabilidad de la acción democrática vuelven una y misma la voluntad del adalid con la expresión del poder, identificando entonces al político con el Estado, a tal punto que el enemigo del político es enemigo del Estado, y entonces, está legitimado a ejercer el poder sobre la muerte y la vida.

Si el poder es el antagonista de la libertad, ésta sólo tiene de aliado a las instituciones y a las leyes, así, instituciones y leyes son el contrapeso que le da la forma a la libertad frente al poder, y la libertad entonces tomará la forma de las leyes, de ese blanco y negro, de eso permitido y eso prohibido para expresarse en la conciencia de los integrantes de la sociedad a través de las preferencias personales, y del análisis del costo y beneficio, al tomar la libertad la forma de las leyes, ley y libertad se legitiman una a otra identificándose indefinidamente, convirtiéndose en responsabilidad, las leyes son la legitimidad misma de la acción, sin la acción, la ley es innecesaria, sin la ley, la acción es toda ella un peligro, ya que no existirá la responsabilidad de los propios actos, por ende, la responsabilidad del actuar de los propios pobladores los eleva a un grado de actuar legítimo y libre, asumiendo el papel de ciudadanos.

Si el ciudadano entiende que el poder desea más poder y que la libertad es su enemiga, el Estado su aliado, y que el político es hijo del Estado, verá de manera recelosa al Estado mismo y a sus hijos, y quedará destituida la diada que identificaba al adalid con el Estado, cuestionando la identidad entre el poder y el

adalid, quedando claro que el ciudadano demanda responsabilidades, como diada auténtica de la libertad y las leyes, y al respetar y defender esta auténtica diada, la acción y su responsabilidad pedirán a sus mejores hijos que asuman el papel de sus campeones para defender al desfavorecido, al de menor suerte, para librar sus mejores talentos, y juntarse con gente igual de excelente que hagan marchar a la sociedad ejerciendo tanto sus talentos, como sus oficios, como sus intereses, como sus egoísmos, y al final, la responsabilidad de cada uno de sus actos, y esta gente a la que el ciudadano le encomienda tanto el mejor trabajo como su más ético ejemplo es lo que se llaman instituciones, entonces, las instituciones son el lugar en donde se concentra tanto lo mejor, como el ejemplo de todo lo demás.

Si el pueblo puede pasar de la mentira de necesitar al hijo del Estado, el político, y su acumulación de poder, sin saber que esta necesidad legitima la acumulación de más poder y la potestad sobre la muerte y la vida, y la libertad, con su aliada, las leyes, toman la forma en la conciencia de cada integrante del pueblo, éste irremediablemente habrá de morir, pues el político será incapaz de acumular todas las voluntades en una sola palabra, será incapaz de seducirlos a todos por igual, necesitará tantas mentiras dichas en tan poco tiempo y con tanta vehemencia que ni con una miríada de bocas podrá engatusar lo suficientemente rápido, y este vaivén de mentiras por aquí y por allá terminará chocando para conflictuarse consigo mismo, descubriéndose que sólo son mentiras malintencionadas, así el pueblo habrá pasado a convertirse en los ciudadanos, cada uno con un nombre, un deseo particular, un sistema de valores distinto, un hambre cada una de algo distinto, una serie de preferencias únicas y que celebran de manera libre y responsable contratos y relaciones que escapan todas ellas a la necesidad del estado, ejerciendo el único, más legítimo y más sagrado de todos los mandatos, el poder de cada uno, “de mi piel hacia adentro, mando yo”, y entonces el pueblo tendrá una miríada de soberanos, cada cual entonces ejerciendo el único poder que ennoblece la vida y dignifica la muerte, ejerciendo el único poder amigo de la libertad y que es el peor enemigo del Estado, el poder de gobernarse a sí mismo.