Octavio Campos Ortiz
Miles de trabajadores agrícolas mexicanos laboran de manera legal en Canadá durante seis meses, con buen sueldo -15 dólares la hora más prestaciones-, con la única condición de que regresen a sus lugares de origen al término de los ciclos agrarios. Así, cada año, tienen la posibilidad de conseguir visas temporales de trabajo que les permiten asegurar una fuente de empleo formal durante medio año. Pero ¿qué pasa cuando retornan a casa? Se enfrentan, como millones de compatriotas, al desempleo. Al llegar, viven la realidad de muchas familias mexicanas que están en la pobreza o la miseria extrema.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la Unión Americana permitió -ante la falta de fuerza laboral por el enrolamiento de los hombres productivos enviados al frente de batalla-, la utilización de trabajadores mexicanos que, al ofrecer su mano de obra, sus brazos, fueron llamados braceros. Miles se quedaron y otros regresaron al concluir su vida productiva con la promesa de recibir una pensión decorosa, la cual fue jineteada por gobiernos federales hasta que se acabaron los fondos, lo que provocó conflictos sociales sin resolver y protestas de los viejos braceros que exigen su dinero.
Canadá y Estados Unidos siempre han sido atractivos para los trabajadores mexicanos, cuya carta de presentación es su eficiente desempeño en cualquier ámbito: laboral, manufacturero, artesanal, profesional, académico, artístico o intelectual con el plus de que en muchas áreas es barata su mano de obra. Pero la crisis migratoria latinoamericana ha provocado una sobredemanda de gente que quiere ser empleada, primero por una necesidad monetaria ante las crisis económicas que se registran en sus países, lo que provoca desempleo, hambre y los condena a la miseria, pero también por problemas de seguridad, por la violencia que provocan el crimen organizado o los conflictos políticos o sociales internos. Ello ha hecho más competitivo el ingreso de los migrantes mexicanos a las naciones del norte.
Históricamente nuestro país exporta mano de obra a los socios comerciales, primero porque ellos coyunturalmente la requerían, pero el sueño americano también se popularizó entre las generaciones contemporáneas y se hizo un recurso muy socorrido por quienes buscan un empleo y mejorar su nivel de vida. Las crisis económicas consuetudinarias que vivimos desde el populismo setentero, luego de que tronó el Milagro Mexicano y el modelo de sustitución de importaciones, hicieron que millones de compatriotas decidieran emigrar, muchos con suerte y otros solo encontraron la muerte o la deportación.
El actual panorama migratorio provocó una crisis social en México a la que no ha podido hacer frente este gobierno, porque no existe un plan nacional de desarrollo ni una política pública generadora de empleo, riqueza y distribución. Los mexicanos buscan cruzar el Río Bravo, no por gusto o hobby, sino porque su propia tierra no le da la oportunidad de empleo o educación que demanda. Si contáramos con un programa económico que alentara las inversiones, creara empleos, incentivara la producción, contara con esquemas modernos de distribución de la riqueza y no utilizara los programas sociales con fines electoreros, cuyas dádivas solo compran conciencias y perpetúan la pobreza, los mexicanos no tendrían la necesidad de migrar ni arriesgar su vida.
Es tan perverso el sistema mexicano que se ufana de las remesas que envían los paisanos a sus familias para paliar sus carencias, y el gobierno las festina como si hubiera generado riqueza, cuando es una vergüenza que millones de mexicanos huyan de su país en busca de un mejor nivel de vida para mantener, a distancia, a sus familias. No solo son obreros calificados o campesinos, es una grave fuga de cerebros la que hace crecer a las sociedades americana y canadiense en detrimento de la nuestra. Si ya no queremos exportar mano de obra barata y talento, debemos votar por un futuro gobierno que reconozca que la migración es un fracaso de la política económica y que las remesas son una afrenta para la sociedad mexicana, cuyas autoridades no son capaces de generar riqueza; en cambio, una nueva opción política debe proponer proyectos de crecimiento basados en la generación de empleo, como lo había durante el desarrollo estabilizador.