Octavio Campos Ortiz
Se le atribuye a Porfirio Diaz la frase: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos” para definir la relación bilateral entre ambas naciones. Difícil ha sido la convivencia con los gobiernos de Washington, desde la época de Benito Juárez y la ventajosa firma de los tratados de Maclane-Ocampo que otorgaba a perpetuidad el libre paso de los norteamericanos por el Istmo de Tehuantepec, o los tratados de Bucareli que indemnizaba a los gringos por supuestos daños sufridos durante la Revolución Mexicana y garantizaba las actividades de empresas americanas en la industria petrolera a cambio de reconocer al gobierno de Álvaro Obregón.
El general Díaz enfrentó presiones e intrigas de los propios embajadores, quienes alentaron el levantamiento contra el porfiriato. También sufrimos invasiones norteamericanas en el siglo XIX, amén de la expedición punitiva de Perkins en busca de Francisco Villa, luego de su incursión a Columbus, Nuevo México.
A doscientos años de relaciones con la Unión Americana, ha sido más negativo para México ese bicentenario. En el México moderno, hemos padecido los efectos de la política del Gran Garrote -big stick-, del presidente Roosevelt, con grandes intromisiones en la política interior y la imposición de los intereses americanos en México. Pasamos a ser el traspatio de los gringos. Nuestra economía giró en trono de los intereses del imperio norteamericano, e incluso durante la Segunda Guerra Mundial fuimos proveedores de la amapola para la fabricación de la heroína utilizada para el dolor de los soldados heridos -hoy en fuente de conflicto entre los países por el tráfico de otras muchas drogas naturales y sintéticas que matan a miles de jóvenes americanos-, y también exportamos brazos que trabajaron para mantener la economía gringa mientras sus hombres luchaban en Europa. En cuanto al crecimiento del narcotráfico, México se defendía de las imputaciones de la Casa Blanca de que ya en los sesentas pasaba la droga de Sudamérica a los Estados Unidos; ante las acusaciones de la permisividad de México para el tráfico de enervantes, el presidente Gustavo Díaz Ordaz acuñó la frase que éramos el trampolín de las drogas, Estados Unidos erra la alberca, dado el crecimiento del mercado ilícito de estupefacientes.
Fue hasta la época neoliberal cuando se nivelaron las relaciones con Estados Unidos, el comercio desplazó las fricciones entre las dos naciones por el tema de las drogas y el asesinato del agente de la DEA Kiki Camarena. La firma del TLC impulsó la economía nacional y dejamos de ser exclusivamente maquiladores para convertirnos en verdaderos socios comerciales de la Unión Americana y de Canadá. Prosperó la fabricación de componentes para la industria automotriz, las turbinas para aviones, se asentaron empresas tecnológicas que hicieron de ciudades mexicanas émulos de Silicon Valley.
Sin embargo, la crisis migratoria que se ha acentuado en los últimos años ha friccionado nuevamente las relaciones con nuestro país. El rechazo de las olas de trashumantes centroamericanos, sudamericanos y caribeños que quieren acariciar el sueño americano nos ha convertido en la práctica en tercer país seguro, con los efectos negativos que ello conlleva. Desde Obama a Biden han obligado a México a frenar la migración del sur, lo que ha obligado incluso al uso de la fuerza pública y convertir a los militares en agentes migratorios.
Por el lado americano, se quejan del comercio ilícito de drogas desde Colombia y México para abastecer la demanda de los adictos norteamericanos, lo que se ha convertido para el gobierno demócrata en un asunto de seguridad nacional. Pero, otro tráfico ilícito afecta más a nuestra nación, que es el de las armas largas y cortas con las que el crimen organizado ha convertido al país en mosaico de sangre. Difícil que ambos tráficos se reduzcan, y llevamos la peor parte. Nada qué festejar en este bicentenario.