Octavio Campos Ortiz
Dos eventos conmocionaron a la sociedad americana y al resto del mundo, jóvenes psicópatas acribillaron en distintas latitudes de los Estados Unidos a sus paisanos. En Búfalo, un supremacista blanco de 18 años, con indumentaria paramilitar y videograbando su acción, mató a diez personas de raza negra; fue muy cuidadoso en seleccionar a sus víctimas, solo gente de origen afroamericano. No se arrepiente y está consciente de su actuación para perpetuar a los arios.
En días pasados, otro joven de 18 años, de origen latino, masacró a 19 niños y dos profesoras en Valverde, Texas, dentro de un salón de clases de la escuela primaria de la localidad; todos los infantes, de diez años, eran alumnos del cuarto grado. El arma usada era tan potente que dejó irreconocibles a los infantes. No ha quedado clara la motivación del psicópata asesino, problemas de bullying cuando era menor, tal vez abuso de niño, efectos de venir de una familia disfuncional con padres divorciados.
Hay que recordar que el asesino, previo a su cruel atentado, disparó en la cara a su abuela, a quien confesó sus propósitos. Afortunadamente, la anciana sobrevivió al ataque y avisó a la policía. Por cierto, los uniformados pudieron hacer más para evitar esta tragedia, ya que tuvieron la oportunidad que anular al agresor, ya que antes de entrar a la primaria, tuvieron un enfrentamiento con él, pero dejaron que continuara su camino y solo hasta que escucharon los disparos al interior de la escuela intervinieron para eliminar al asesino. Demasiado tarde, el daño ya estaba hecho.
Son muchos los episodios que dan cuenta de la descomposición social que vive la Unión Americana. La violencia es solo efecto de una comunidad que ve deteriorada su moral, que ha perdido muchos de los valores sociales y que hoy los atentados contra civiles se hacen parte de una cotidianidad que a nadie asombra. El uso de armas de fuego, de rifles de asalto, de municiones de alto poder es solo el medio del que se valen los jóvenes enfermos para desfogar sus frustraciones, traumas o resentimientos. Como dijo un padre de familia, cuyo hijo fue una de las víctimas: a los 18 años, un joven americano no puede comprar una cerveza porque todavía es menor de edad, pero puede entrar a una armería y comprar un rifle.
Lo que todavía es más preocupante, es el surgimiento de jóvenes imitadores en otros países, como México. Ya en el pasado, se habían presentado casos de violencia extrema entre niños, como fue el asesinato de una maestra, las lesiones a cinco compañeros de clase y otro maestro y el suicidio del menor atacante en Coahuila. En enero de 2020, un estudiante de once años que cursaba el sexto grado de primaria atentó contra sus condiscípulos y mentores y luego se suicidó. Convergieron varias causas de su proceder. Venía de una familia disfuncional, era adicto a los videojuegos y trató de imitar a uno de esos personajes; llevaba una camiseta que promocionaba ese video game.
En días pasados, un estudiante de secundaria de la alcaldía Venustiano Carranza amenazó en redes sociales a sus compañeros mediante una fotografía de él empuñando un arma de fuego. A la escuela llegó con un picahielo y también amedrentó a otro estudiante. Las autoridades solo reconvinieron al adolescente y no tuvo mayores consecuencias para el potencial agresor.
Todavía estamos a tiempo de recatar a esos jóvenes y no ver situaciones como en la Unión Americana. México también atraviesa por una crisis social, con pérdida de valores, resquebrajamiento moral y desunión familiar.
No permitamos que el destino nos alcance. Dejemos un mejor país a esos jóvenes que aún ven en los adultos el ejemplo a seguir, que los medios de comunicación no sean determinantes en la formación de niños y adolescentes, El medio no debe ser el mensaje.