Por Octavio Campos Ortiz
La recién estrenada legislatura da ejemplo de las nuevas prácticas parlamentarias y más que de forma, son de fondo. En su primer ejercicio cameral para aprobar el presupuesto 2022 y la miscelánea fiscal, el partido en el poder comprobó lo difícil que será sacar la agenda legislativa que pretende la 4T. Aprobaron con una diferencia de poco más 50 votos a favor el paquete económico y ahora reparan en que requieren conseguir un aliado más para sacar adelante una reforma constitucional como la eléctrica. Además de cuidar que el Verde no eleve el costo de su chantaje o le entre lo puritano.
También el periodo de sesiones mostró el bajo nivel del debate parlamentario, lo cual no es nuevo, ya que desde hace algunas legislaturas se vulgarizó la confrontación de posiciones, que no de ideas, las cuales parecen ausentes. No causa sorpresa ver la toma de la tribuna, no respetar el uso de la palabra de los oradores, las pancartas provocadoras o de plano el insulto procaz. Personajes como Noroña han demeritado la discusión de las propuestas, la defensa apasionada de posturas ideológicas, para dar paso a las agresiones hirientes, los reclamos baladíes, la mofa cobarde, la falta de respeto entre pares.
Cierto, hubo en el pasado legisladores que entraron a caballo al recinto, se pusieron orejas de burro o máscaras de cabezas de cerdo. Diputados que aventaron monedas a quien bajaba de la tribuna, se han liado a golpes en el asalto a la tribuna o pretendido impedir la toma de protesta del primer mandatario. Es más, desde comienzos del siglo XXI, el ejecutivo federal no ha podido entregar personalmente su informe de labores. El primero de septiembre dejó de ser “el día del presidente”.
Esta legislatura no es la excepción, el titular de Gobernación entregó en ceremonia protocolaria los anexos del informe. Las comparecencias de los secretarios para “la glosa” son una chunga, las estrategias distractoras revientan las sesiones, no hay diálogo entre bancadas ni oradores que dignifiquen el quehacer legislativo.
Más allá de los arrebatos de los actores políticos, será importante atestiguar si la agenda legislativa de los aliancistas se mantiene para evitar las reformas que interesan en Palacio Nacional, además de la eléctrica. El bloque se mantuvo en este primer round, lo que alertó sobre las modificaciones constitucionales porque Morena no cuenta con la mayoría calificada. El PRI, como partido bisagra, como fiel de la balanza, tiene en su poder la decisión de otorgar o no al presidente sus tan deseadas iniciativas.
El divisionismo que hoy priva en el tricolor dificulta el propósito de la Alianza por México de ser un dique al embate presidencial de imponer el proyecto político de la 4T. La oportunidad histórica que tiene el Revolucionario Institucional es regresar a la senda de un verdadero partido que antepone los intereses políticos al bien nacional. Es la ocasión para demostrar que no está acabado, que no es una organización coyuntural, que es una opción de gobierno que hace eco de las demandas sociales.
No tiene la mejor de sus dirigencias ni aglutina a los más presentables representantes populares, pero puede regresar por sus fueros, buscar de nueva cuenta el respaldo ciudadano y no decepcionar a su otrora mayoritaria base electoral. La Alianza es un proyecto que puede convertir de nueva cuenta al Legislativo en contrapeso real del Ejecutivo.
De mantenerse esta congruencia parlamentaria, en los próximos tres años tendremos un Congreso plural que frenará los afanes populistas del régimen, renovará la gobernanza y revocará el divisionismo que hoy polariza a la sociedad.