Por Héctor O. Fajardo
Igual que con Lenin y Stalin o Mussolini y Hitler, los regímenes totalitarios buscan el culto a la personalidad y al partido único. Para ello utilizan la propaganda y la repetición del discurso del líder, del gurú, del hombre fuerte que manipula las conciencias y les hace creer que él o el partido son los únicos poseedores de la verdad y tienen la capacidad omnipotente y omnipresente para solucionar las carencias que suponen tiene la gente. Crean un mundo feliz donde el gobierno, convertido en Estado, decide qué necesita la sociedad. Esa obnubilación de los ciudadanos llevó al poder a los comunistas en la Unión Soviética para luego soportar la tiranía del estalinismo o la dictadura de los alemanes e italianos durante el nacismo o el fascismo.
En México, la “dictablanda” que impuso el PRI por casi un siglo permitió al menos la apertura democrática y la creación de sindicaos independientes, la tolerancia a la oposición e incluso facilitó su acceso al poder. Pero la 4T quiere emular a la España franquista, a la Turquía actual, a las dictaduras de Cuba, Venezuela o Nicaragua que sepultaron sus repúblicas y sus democracias.
Personificado en la Presiente un nuevo Maximato, la 4T busca perpetuar el “estilo personal de gobernar” del tabasqueño, aunque sin el carisma que encubre a un tirano. Copia lo machucón de los mensajes que exaltan un falso nacionalismo, un discurso patriotero, expresiones chauvinistas que arengan al pueblo a aceptar la pobreza como destino manifiesto, donde se administra y subsidia la miseria con fines electoreros. Esa es la única verdad que deben reconocer los ciudadanos, el “pueblo bueno y sabio”. La posverdad ha hecho que el mexicano acepte la mediocridad como forma de vida, sin empleo, sin seguridad, sin salud y sin educación, pero cree que los gobiernos de la 4T defienden la soberanía, procuran seguridad y justicia, otorgan servicios de salud como en Dinamarca, ofrecen educación científica de calidad nada ideologizada y que seguimos como una de las quince mejores economías del mundo, aunque llevemos años sin crecimiento económico y con una alta inflación. El discurso de odio y división ha engañado y confrontado a toda una nación y la posverdad cuatrotera se ha impuesto al razonamiento lógico del ciudadano medio. De verdad la gente cree que hay desarrollo, que hay buenos servicios de salud y abasto de medicamentos, que existe seguridad en las calles, que las masacres y la violencia generada por el crimen organizado son hechos aislados que no afectan a la población, que no hay desapariciones y que los más de 200 mil homicidios dolosos solo son daños colaterales. El gobierno no pierde una en sus narrativas. México es un mundo feliz.
El último atraco que ha sufrido la inteligencia del ciudadano es la negativa a reconocer el campo de exterminio descubierto por madres buscadoras en Teuchitlán, Jalisco o que en México se produce y exporta fentanilo como lo acredita el mega laboratorio descubierto por los gringos en Carrizales en la sierra de Zacatecas. Pero la posverdad oficial insiste en negar esa realidad, la que debiera ofender al mexicano, pero esa amnesia o ceguera colectiva mantiene en el poder a los de la 4T, aunque nos esté llevando el carajo.
Mientras la propaganda posibilite la obnubilación de la opinión pública, las pensiones y las becas ocultarán la realidad económica y social. Otro debiera ser el destino nacional. Tal vez tenemos el gobierno que merecemos.